Mensaje en la apertura del primer encuentro regional del Año Internacional de las Cooperativas, en la sede de CEPAL (Santiago de Chile), el 12 de mayo:
«En primer lugar, quisiera destacar que llegamos a este hito luego de muchos años de trabajo mancomunado, de diálogos y de esfuerzos conjuntos entre la Alianza Cooperativa Internacional, sus regiones y sectores, y los organismos internacionales como la CEPAL, a través de nuestra organización regional, con la FAO y la OIT a nivel mundial y también a nivel regional.
Yendo al plano nacional, quiero destacar el gran trabajo de incidencia y liderazgo de nuestros colegas chilenos que junto con el estado han puesto al cooperativismo en un lugar preponderante a través de la reciente creación del INAC. (referencia a mensaje de Boric si habló antes)
Estas alianzas, y este encuentro que estamos llevando adelante en particular, cristaliza lo que la Asamblea General de Naciones Unidas resolvió al proclamar este 2025 Año Internacional de las Cooperativas.
Creo que el desafío es, a partir de esta consolidación de las alianzas, que en el caso de América además se manifiesta en el Comité de Partes Aliadas, el desafío es potenciar el impacto territorial del Modelo Socioempresarial Cooperativo.
En ese sentido celebro que la consigna para este primer encuentro tenga que ver con el desarrollo territorial, de la mano de la productividad y la inclusión.
Es claro que cuando hablamos de desarrollo territorial hablamos de una estrategia de sostenibilidad con impacto en cada comunidad, y esto ni más ni menos que generar trabajo decente, con equidad de género y cuidado del ambiente, contribuyendo a reducir la pobreza y a aportando a una paz positiva, una paz resultado de la armonía, la prosperidad y el bienestar en cada territorio.
Nuestro modelo tiene casi dos siglos de probada trayectoria en este sentido.
Nuestra doctrina, anclada en Valores y Principios permanentes, que orientan la economía al bien común, es garantía de Desarrollo Sostenible desde que las primeras empresas cooperativas, comenzaron a emerger en medio del convulsionado interregno de dos revoluciones industriales que cambiaron para siempre los modos de producción y consumo.
Hoy estemos quizá atravesando una era similar. Tenemos como humanidad enormes desafíos sociales, económicos y ambientales que urge resolver, en un contexto de vertiginosas transformaciones e innovaciones tecnológicas que nos atraviesan en cada minuto de nuestra vida cotidiana, ya no solo en el plano productivo o comercial.
Estamos hablando de una época donde hay robots haciendo trabajo humano, donde lo que llamamos inteligencia artificial se introduce de manera inquietante en distintas dimensiones, donde extraordinarios avances científicos nos permiten alargar la esperanza de vida y resolver necesidades de manera antes impensada …,
y donde al mismo hay más de 800 millones de personas que pasan hambre y casi el 20 por ciento de la humanidad padece déficit habitacional, donde uno de cada cinco jóvenes está fuera del sistema educativo y del sistema laboral, mientras quienes trabajan lo hacen en gran medida de manera precarizada.
Estamos en un momento donde el paradigma de la globalización que emergió tras la caída del muro del berlín entró en franca crisis y emergen nacionalismos xenófobos, donde las crisis migratorias son un verdadero drama humano en muchas regiones de nuestro planeta.
Atravesamos una preocupante tensión geopolítica, con más de 50 conflictos armados que están ocurriendo en este mismo momento en distintos lugares del planeta, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial.
Estamos hablando de las constantes alertas por el cambio climático, pero sin ponernos de acuerdo en quiénes y cómo van a hacerse cargo primordialmente de reducir las emisiones de carbono, entre otras cuestiones, en un mundo donde además la especulación financiera mantiene hundidas a muchas economías y existe una enorme desventaja para países que históricamente han sido expoliados de sus recursos naturales.
En este escenario, creo humildemente que es hora de volver a posicionar bien alto a una doctrina humana, realista y productiva, con impacto directo en la vida de los individuos y las comunidades.
Una doctrina que está más vigente que nunca, porque está arraigada en los territorios, y que permite dar respuestas locales a estos grandes desafíos globales.
La doctrina cooperativa hoy está motorizando la economía real en el campo y en la ciudad, en países desarrollados y en desarrollo, entre los segmentos más aventajados y, sobre todo, incluyendo a los marginados de cada sociedad.
Está alentando la innovación de la mano de jóvenes profesionales de las tecnologías, que desarrollan plataformas y administran datos de manera transparente y democrática, al servicio de usuarios y trabajadores en lo que se da en llamar economía del conocimiento.
Está ayudando a formalizar a los, y más que nada, a las trabajadoras que generan valor en lo que conocemos como economía del cuidado.
Está siendo clave para sostener a la agricultura familiar y favorecer la vida rural en condiciones dignas para las familias que eligen vivir en el campo y producir alimentos sanos para su comunidad.
Está siendo un canal importante de acceso a esos alimentos, para consumidores que somos cada vez más conscientes de lo que consumimos, pero a veces no conocemos quién y cómo produce aquello que consumimos.
Sigue siendo, esta doctrina, una guía para democratizar el sistema financiero, movilizando los recursos de cada comunidad en función de las necesidades reales de esa comunidad.
Esto no es menor, no hablamos solo de inclusión, hablamos de democratización del sistema financiero, como hablamos de democratización del sistema agroalimentario, tecnológico y comunicacional, etcétera.,
Porque esta doctrina, estos valores y principios, centralmente ponen en manos de las personas el control de sus medios de vida.
Y por eso impulsan estrategias de desarrollo que definitivamente son sostenibles.
Si la sostenibilidad consiste en gestionar los recursos de manera justa y perdurable, la única manera de asegurarlo es poner la gestión de los recursos en manos de las comunidades, a través de un modelo socioempresarial eficiente, democrático y socialmente responsable.
Insisto, el cooperativismo es la muestra de que esto es posible desde hace casi dos siglos, cuando 28 pioneros forjaron la primera empresa moderna de este tipo.
Hoy somos más de mil millones de personas asociadas a 3 millones de cooperativas.
A veces no tomamos real dimensión de cómo se ha multiplicado y lo sigue haciendo, la economía cooperativa.
Nuestro deber es seguir desarrollando este modelo, desde cada territorio, a escala local, a nivel nacional, regional y global.
Para eso estamos hoy aquí, y agradecemos profundamente el compromiso de gobiernos y organismos supranacionales, a todas las organizaciones de Naciones Unidas y a todos los actores, públicos y privados, que nos acompañan en este camino.
No puedo dejar de recordar en este momento que estamos viviendo donde un Papa nos ha dejado y tenemos ahora a otro Papa, que Francisco nos invitaba a ir más allá de las fronteras, a salir de la situación de confort, y el papa León catorce nos invita a tender puentes. Creo que es una obligación para nosotros tender puentes entre los debates que aquí realizamos y las acciones concretas en cada territorio.
Estoy seguro de que, si así lo hacemos, podremos construir más rápido y de manera más efectiva, este mundo mejor que queremos, que necesitamos y que nos merecemos, nosotros y las generaciones que nos sucederán.»