Es muy probable que el orden global cambie a partir de ahora. La profunda crisis sanitaria, pero también económica, financiera, social y en muchos casos política, derivará en nuevos caminos para el desarrollo de nuestras sociedades. Cómo será ese desarrollo es el debate central que debemos encarar.

La humanidad está envuelta en una tremenda pandemia con un altísimo costo en vidas humanas. Y ha llegado a esta instancia en condiciones de suma fragilidad por la enorme desigualdad imperante y el profundo desequilibrio ambiental que la acción humana está provocando.

Un puñado de personas detenta un patrimonio equivalente a la mitad de la población planetaria. La deuda mundial (soberana, de hogares y de empresas) es equivalente a más de tres veces el producto bruto mundial. Un modo de producción y consumo lineal, sin frenos, nos llevará a puntos de no retorno en apenas una década.

Pero la cultura del descarte muestra hoy sus límites. La pandemia desnuda nuestra fragilidad, nos señala que aún estamos muy lejos del desarrollo económico, social y ambientalmente sostenible que acordamos buscar en la Agenda 2030. La pregunta es ¿Hasta dónde seremos capaces de torcer nuestro rumbo como civilización?

En este planeta, nuestra casa común, existen cientos de miles de experiencias que demuestran que hay otros caminos para desarrollarnos, que no es una utopía el desarrollo sostenible. La economía cooperativa, a escala global, integra a más de mil millones de miembros y genera empleo para el 10% de la población mundial ocupada. La facturación de las 300 cooperativas más grandes es equiparable al Producto Bruto Interno de la sexta economía mundial.

Todo el movimiento cooperativo está colaborando activamente en el esfuerzo colectivo que exige responder a la crisis sanitaria que rápidamente ha devenido en crisis económica y social. Esto es tan evidente como natural. A la hora de cooperar, las personas apelamos en primer lugar a las instituciones cuyo principio ordenador es la ayuda mutua. A instituciones cuya lógica, precisamente, es hacer más eficaz la acción solidaria para dar respuesta a los problemas comunes.

Hoy queremos proponer a la sociedad que la cooperación no es sólo para la emergencia. La cooperación es el camino alternativo para construir una economía más justa, más equilibrada y, fundamentalmente, menos frágil frente a desafíos globales como la pandemia. O, muy poco más allá en nuestro horizonte, el cambio climático.

El paradigma de la competencia nos dice que para contar con bienes y servicios al menor costo posible se requieren empresas que se hayan visto obligadas a lograr la mayor eficiencia como resultado de la competencia. Y el principio ordenador de esta competencia es el beneficio del capitalista que organiza la empresa.

Los cooperativistas desde hace casi dos siglos adoptamos un camino alternativo: el paradigma de la cooperación. Organizamos empresas para satisfacer nuestras necesidades comunes, cuyo principio ordenador no es el lucro sino la ayuda mutua, y cuya eficiencia es resultado del control democrático de sus integrantes, trabajadores, consumidores o productores.

La creciente adopción de este modelo de organización económica para satisfacer con eficacia nuestras necesidades comunes se traduce en mayor capital social, en mayor fortaleza como sociedad para responder a cualquier contingencia, en base a sólidas relaciones de reciprocidad y cooperación. Ello está íntimamente relacionado con la necesidad de fortalecer las organizaciones de la sociedad civil.

En esta hora, cuando resulta tan evidente la necesidad de Estados fuertes en la promoción del bien común, algunos parecen creer que esto es sólo el viejo debate de Estado vs. Mercado. Se equivocan.  

No se trata del Mercado como imperio de la libertad vs. el Estado como imperio de la igualdad. El punto es nuestro empoderamiento como ciudadanos. La capacidad para garantizar que el Estado esté al servicio de nuestras libertades, y la capacidad para poder participar de los mercados en condiciones de equidad.

Y el empoderamiento ciudadano, en la visión del cooperativismo, pasa en gran medida por el fortalecimiento de las organizaciones de la sociedad civil. Es la sociedad civil, autónoma y democráticamente organizada, la que puede sumar coordinación social sin necesidad de control autoritario.

No sirve ningún sistema de vigilancia si no contamos con ciudadanos responsables y organizados, que den respuestas a las necesidades de cada familia, que controlen y democraticen el ejercicio del poder público. No alcanza tampoco el funcionamiento de los mercados para garantizar la libertad, si no contamos con organizaciones de la sociedad civil que democraticen el poder económico.

Esto es lo mismo que nos ha dicho el Papa Francisco en su reciente mensaje de Pascuas a los movimientos populares: «Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.»

Como presidente de la Alianza Cooperativa Internacional, tuve la oportunidad de visitar más de 50 países en los últimos dos años. Pude ratificar que, en las distintas culturas, con distintas trayectorias, distintos regímenes políticos y distintos contextos socioeconómicos, los valores y los principios cooperativos son pilares universales que forjan allí donde se ponen en práctica comunidades basadas en la democracia, la justicia social y el cuidado del ambiente.

Esta crisis nos pone frente a desafíos históricos. El mayor de todos es entender que nadie se salva solo de una pandemia global como la del Covid-19 pero, más aún, que nadie puede salvarse solo de un destino errante al que estamos yendo como civilización a nivel mundial. 

La solidaridad sirve para producir riqueza, para innovar y para resolver las necesidades de nuestros pueblos respetando al ambiente. Las cooperativas lo demostramos desde hace décadas, en la industria y los servicios, la producción agropecuaria, el hábitat, la salud y la educación, entre otras esferas.

Los modelos de globalización impuestos en las últimas décadas se están desbarrancando, los nacionalismos xenófobos se desnudan en su incapacidad de dar respuestas y el sistema financiero, una vez más, cruje.

Quienes diariamente construimos economía en base a la democracia, la solidaridad y la justicia social, sabemos que es posible generar desarrollo con inclusión social y cuidado del ambiente. Muchos líderes globales comparten esta visión. Por eso auguro, a pesar del dolor y la incertidumbre que hoy nos atraviesan, que seremos capaces de forjar una nueva era global, un destino común con valores y principios cooperativos.