Conferencia sobre El Impacto del Cambio Climático en la Operación de las Cooperativas, en el XXI Seminario Residencial organizado por la Asociación de Ejecutivos de Cooperativas de Puerto Rico (ASEC) del 19 al 22 de octubre en Punta Cana, República Dominicana:

«Son tantos los problemas urgentes que sufrimos, que a menudo sentimos que la defensa de nuestro planeta, de nuestra casa común, excede nuestras fuerzas. En nuestro continente los problemas de la pobreza y la desigualdad económica se han profundizado desde la pandemia. En mi país el desequilibrio macroeconómico profundizado por un endeudamiento externo insostenible, más la peor sequía en décadas, han desencadenado una inflación superior al 100% anual y un rápido crecimiento de los niveles de pobreza e indigencia.

Muchos de los países de nuestro continente estamos sufriendo problemas muy serios, de violencia, y crisis políticas e institucionales muy severas. En Europa tenemos una guerra abierta, que compromete a potencias nucleares, y ha puesto en tensión a toda la cadena global de suministros.

Desde hace muy pocos días estamos asistiendo con horror a un nuevo pico de violencia en medio oriente. Un conflicto que puede rápidamente escalar poniendo en riesgo a toda la región.

Todo ello en un marco de fuertes tensiones geopolíticas, en un mundo que todavía no ha logrado un nuevo equilibrio luego del colapso del bloque soviético y de la emergencia de las nuevas potencias económicas del continente asiático.

Es en este contexto, de viejos problemas sin resolver, y de nuevas tensiones que se suman, es que las mujeres y hombres de bien debemos poner sobre la mesa el desafío del cambio climático.

Y creo que lo debemos hacer con tres convicciones: 1) todas nuestras urgencias se agravarán si no pensamos el desarrollo en forma integral, incluyendo los temas ambientales, 2) el agravamiento de los problemas derivados del cambio climático golpeará en primer lugar a las comunidades y los territorios con mayor desigualdad y 3) los conflictos globales que enfrentamos no pueden paralizar los esfuerzos locales que, cada uno de nosotros, debe y puede hacer para defender nuestro planeta.

No podemos esperar la resolución del conflicto en Ucrania, para ocuparnos de la urgente necesidad del transformar nuestra matriz energética.

No podemos esperar que terminen las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, para ocuparnos de reducir la huella de carbono de nuestro sistema alimentario.

No podemos esperar a la resolución de los problemas de la deuda externa, para avanzar en la separación y reciclado de nuestros residuos.

No podemos esperar una nueva arquitectura del sistema financiero global, para ocuparnos de que nuestros ahorros locales financien proyectos sostenibles.

Somos organizaciones de la sociedad civil. Somos personas que nos hemos organizado, desde nuestras comunidades, para solucionar a través de la ayuda mutua nuestros problemas comunes. No podemos demorar los esfuerzos locales para el desarrollo sostenible. No hay solución a los problemas globales sin esfuerzos locales, y no hay esfuerzos locales para el desarrollo sostenible sin empresas que sean capaces de movilizar los recursos económicos en favor de las personas que estamos en cada territorio.

Ese quisiera que sea mi principal mensaje en el día de hoy. Que los grandes problemas sociales y económicos que enfrentamos no nos paralicen. Pongamos en la agenda de nuestras empresas el desarrollo sostenible. Es nuestro deber como generación. No puede haber excusas.

Y en ese camino, lo primero que debemos hacer es ayudar a que nuestras comunidades tengan presentes estos desafíos. Hay muchos intereses del poder económico más concentrado interesados en minimizar el problema ambiental. Esto no es casual. Todos los esfuerzos para poner en el centro de la organización económica el cuidado del ambiente y de las personas, terminan cuestionando los privilegios y la concentración económica. La mera valorización financiera de activos, el accionar de los monopolios que lucran promoviendo el consumismo desenfrenado, la desprotección de los derechos del trabajo, las resistencias en incorporar los costos ambientales en la gestión empresarial, son todas prácticas nocivas que quedan al desnudo cuando nos interesamos en el desarrollo sostenible.

Por eso, lo primero es tener conciencia. El cambio climático, y la responsabilidad de la civilización humana en ese cambio climático, no están en discusión, como tampoco está en discusión que podemos torcer la historia si trabajamos en forma decidida.

El año pasado, la Organización Meteorológica Mundial calculó que en un 50% la probabilidad de que en los cinco años siguientes la temperatura mundial superara transitoriamente en 1,5 °C los valores preindustriales, e indicó que había un 93 % de probabilidades de que al menos uno de los años del período comprendido entre 2022 y 2026 fuese el más cálido jamás registrado, título que hasta ese momento detentaba el 2016.

¿y qué pasó? El mes de agosto pasado fue el segundo mes más caluroso de la historia. La temperatura global promedio del planeta fue de 16,82 grados. Se produjeron olas de calor en múltiples regiones del hemisferio norte, incluidos el sur de Europa, el sur de Estados Unidos y Japón. También en el hemisferio sur se sintieron temperaturas anormales para la época invernal.

Está pasando. Los fenómenos anunciados se están produciendo, aún antes de lo esperado. Todo esto es parte de proceso de largo plazo. Desde la posguerra, se registra una tendencia muy clara en el incremento en la temperatura global.

Este fenómeno es consecuencia de la contaminación atmosférica, y es paralelo a otros fenómenos tan preocupantes como la reducción de las reservas de agua potable, la contaminación de nuestros mares, la reducción de la superficie boscosa, la pérdida de la diversidad, o el creciente riesgo de padecer nuevas enfermedades provocadas por desequilibrios ecológicos, como aprendimos con la reciente pandemia.

Estos son datos que nuestras comunidades deben conocer. No puede haber lugar para distraídos. No podemos demorar las soluciones, mucho menos las soluciones que podemos aportar en el trabajo cooperativo con nuestros vecinos.

Lo acaba de decir el Secretario General de Naciones Unidas: “Nuestro planeta acaba de soportar una temporada a fuego lento: el verano más caluroso jamás registrado. El colapso climático ha comenzado. Los científicos llevan mucho tiempo advirtiendo de lo que desencadenará nuestra adicción a los combustibles fósiles”.

“El aumento de las temperaturas exige que se tomen medidas. Los líderes deben acelerar la búsqueda de soluciones climáticas. Todavía podemos evitar lo peor del caos climático, y no tenemos un momento que perder», añadió António Guterres.

En sus palabras Guterres interpela a los líderes, a los gobiernos. Lo que yo agrego, es que no alcanza el compromiso de los gobiernos. La acción debe comenzar por nosotros, construyendo las respuestas locales que exigen estos desafíos globales.

Hace sólo 15 días, el Papa Francisco publicó su exhortación apostólica «Laudate Deum», en la que volvió a afrontar el grave problema de la destrucción del planeta. Al presentar esta nueva exhortación, que da continuidad a los temas planteados en la Encíclica Laudato Si, expresó “El mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre”.

Aconsejo leer esta exhortación, que no sólo nos interpela, sino que también contesta en forma enérgica a todos los que pretenden negar la importancia del tema que hoy estamos discutiendo aquí.

Desde ya, la ciencia diariamente nos recuerda lo crítico del diagnóstico y los pobres resultados logrados hasta el momento. Por ejemplo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas, en su último informe, de marzo de este año, expresó que “la ventana de oportunidad que la humanidad tiene para asegurarse un futuro habitable y sostenible para todos se cierra rápidamente”.

Todas estas manifestaciones de la dirigencia política, científica y religiosa global, no son aisladas. Han tenido su correlato en acuerdos internacionales muy importantes.

En la Conferencia de Río de Janeiro de 1992 las naciones del mundo adoptaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Los Estados se reúnen cada año en la Conferencia de las Partes (COP), máximo organismo para la toma de decisiones. Algunas de estas reuniones fueron muy significativas, como la COP3 de Kyoto (1997). Su valioso Protocolo tuvo como objetivo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

La COP21 de París (2015) fue otro momento significativo, porque generó un acuerdo que involucró a todos. Puede considerarse un nuevo comienzo, teniendo en cuenta el incumplimiento de los objetivos planteados en la etapa anterior.

Este Acuerdo estableció los objetivos a largo plazo para ayudar a todas las naciones a reducir sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el planeta y así mantener el aumento de la temperatura mundial en este siglo por debajo de 2 °C, al tiempo que se prosigue con los esfuerzos para limitar ese incremento a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales.

El acuerdo fue parte de la Agenda 2030, que puso un marco integral a todos los esfuerzos por el desarrollo sostenible, unificando la lucha por el cambio climático con el resto de los objetivos económico y sociales que se requieren para hacer viable nuestra civilización.

Todos ustedes conocen bien el contenido de esta Agenda, con sus 17 objetivos de desarrollo sostenible, y también conocen bien el compromiso de la Alianza Cooperativa Internacional con su cumplimiento.

Pero quisiera detenerme en las diferencias que tenemos con este importante documento aprobado en el 2015 y que se titula, recordemos, “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”.

El déficit de ese documento es que olvida que para transformar el mundo también hay que transformar los modelos empresarios que adoptamos.

Aquí es donde es necesario que el movimiento cooperativo dé mayor riqueza a esta agenda global. Si queremos desarrollo sostenible debemos adoptar modelos empresarios que sean convergentes con los objetivos de desarrollo sostenible.

Esto es consecuente con lo que el cooperativismo viene pregonando desde su nacimiento. Cuando en el Siglo XIX la humanidad enfrentaba con preocupación las enormes desigualdades sociales que provocaba el capitalismo industrial, incluyendo condiciones inhumanas de explotación, muchos salieron a señalar la necesidad de nuevas regulaciones por parte del Estado, o a señalar la necesidad de fortalecer las organizaciones sindicales. Seguramente tenían gran parte de razón.

Pero los cooperativistas nos dimos otros ejes de trabajo. Aquellos pioneros dijeron que si queríamos que la personas estuviesen en el centro de los esfuerzos, debíamos cambiar el modelo de empresa que adoptábamos.

Si queríamos una sociedad democrática, necesitábamos empresas democráticas, si queríamos empresas que defendieran los interese de las familias, debíamos poner las empresas en manos de los consumidores, si queríamos poner el ahorro al servicio de la producción y el bienestar y no de los usureros, entonces la comunidad debía contar con sus propias entidades financieras.

Di igual modo, hoy decimos que, si queremos desarrollo sostenible, entonces debemos cuestionar los modelos empresarios que están centrados en maximizar el consumo al servicio de la renta, a privilegiar el interés del presente, sobre las necesidades del futuro. 

Como dijo el Papa Francisco en su exhortación de hace quince días, “la crisis ambiental no sólo tiene que ver con la física o la biología, sino también con la economía y nuestro modo de concebirla. La lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad”.

Por ejemplo, el ODS 7, Energía asequible y no contaminante, dice que debemos “Asegurar el acceso universal a servicios energéticos asequibles, modernos y fiables. Asimismo, aumentar la proporción de energía renovable en el conjunto de fuentes energéticas, y duplicar la tasa de mejora de la eficiencia energética”.

¿Alguien puede creer que esto será posible de la mano de las grandes multinacionales energéticas, que usufructuaron el desarrollo a base de hidrocarburos? Un modelo energético descentralizado, basado en la producción distribuida de energía renovable, fundado en el compromiso comunitario con la eficiencia energética y el ambiente, solo es sostenible si los usuarios participan activamente en su construcción.

El ODS Nro. 11, Ciudades y Comunidades Sostenibles, nos invita a “Garantizar el acceso universal a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles”.

¿Alguien puede creer que esto será resultado de desarrolladores orientados a la especulación inmobiliaria? ¿vamos a salir de los problemas de gentrificación de nuestras grandes ciudades, de la escasez de vivienda, de la falta de planificación urbana confiando en el ánimo de lucrar con las necesidades de vivienda de nuestras familias? Un hábitat sostenible debe estar a cargo de empresas que pongan en el centro a las familias y sus comunidades, y esto es sólo posible si las familias conducen este proceso, y no son simple objeto de un negocio que cabalga entre la especulación inmobiliaria y la usura financiera.

El ODS 12, “Producción y Consumo Responsables”, propone la “Gestión sostenible y el uso eficiente de los recursos naturales” y “Reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita”.

En el centro de este objetivo está la necesidad de transformar el sistema agroalimentario, desde la producción al consumo. Estoy convencido de que esto sólo se logrará si los consumidores podemos cuestionar las pautas alimentarias que nos imponen las cadenas multinacionales de supermercados asociadas a las industria alimenticia concentrada; si las comunidades podemos defendernos de las prácticas depredadoras de ambiente propias de los modelos extractivistas; y si los agricultores y trabajadores que producimos alimentos podemos potenciar nuestras culturas y saberes con los extraordinarios avances de las ciencia, sin someternos a la lógica cortoplacista propia del capital concentrado, degradante de la biodiversidad y sin compromiso territorial.

No hay producción y consumo responsables, si los consumidores y los productores, con modelos empresarios adecuados, no nos hacemos cargo de la transformación del sistema agroalimentario.

En materia de reciclados de residuos es indudable la superioridad de la cooperación sobre la competencia. La compleja articulación de la cadena que se inicia en la generación del residuo y termina con su reciclado no será resultado de una gestión burocrática ni de las relaciones de mercado.

Solo puede ser producto de la cooperación con un marco regulatorio que priorice la intervención de la comunidad y aproveche el valor económico del reciclado, pero siempre recordando que el valor principal, la protección del ambiente, no se refleja en ninguna relación mercantil.

Así podríamos seguir analizando los distintos objetivos de desarrollo sostenible.

Como cooperativistas tenemos entonces la responsabilidad de señalar que el debate sobre el desarrollo sostenible debe incluir también el debate sobre qué modelo de empresa elegimos. Debemos lograr una relación muy estrecha e inequívoca entre Identidad Cooperativa y Desarrollo Sostenible.

A todos aquellos hombres y mujeres preocupados por el ambiente, por el consumo responsable, por la alimentación saludable, debemos decirles que no alcanza con leyes ni con comportamientos individuales responsables. Debemos transformar esas preocupaciones en organización económica, y las cooperativas contamos con modelos empresarios adecuados para hacerlo.

Es importante que sepamos comunicar que nuestras ventajas para garantizar el desarrollo sostenible no se basan en que somos mejores personas, más responsables. Se basa en las virtudes de nuestro modelo empresario.

Un modelo de empresa que no solo sostiene valores, sino que es capaz de transformar esos valores en prácticas empresarias, en principios, que pueden ser controlados por los asociados. No decimos que somos democráticos, ejercemos la democracia en Asamblea que son auditadas.

Son estas prácticas, estos principios, los que nos permiten asegurar que somos empresas arraigadas en los territorios, controladas por las comunidades, y orientadas al bien común.

No porque seamos mejores personas que otras. Sino porque el destino de nuestras empresas está indisolublemente ligado a los usuarios, productores, ahorristas, trabajadores que se encuentran en un territorio.

 Las cooperativas no nos mudamos ni salimos a explotar a nuestros vecinos, simplemente porque somos empresas cuyo objeto es organizar la ayuda mutua, para satisfacer nuestras necesidades y cumplir con nuestras aspiraciones.

Y a esto se suma, por su puesto, que tenemos una trayectoria de casi dos siglos demostrando que esto es posible, que es posible construir empresas que pongan a la persona y al ambiente en el centro de la escena, y no al capital, que para nosotros es sólo un instrumento al servicio de nuestros asociados.

Esta capacidad transformadora de nuestro modelo de empresa, se ve potenciado por nuestra larga historia de integración cooperativa. La Alianza Cooperativa Internacional lleva 128 años al servicio de la integración cooperativa. Eso es más que todo el sistema de Naciones Unidas.

Hay tres millones de empresas cooperativas en el mundo, con más de 1200 millones de personas asociadas. Tiene presencia en todos los continentes y organiza el trabajo de casi 300 millones de personas en todo el mundo.

Por su parte, la Alianza agrupa a más de 300 organizaciones de cooperativas, en 103 países. En este continente tiene presencia en 23 países, desde Argentina hasta Canadá.

De esta manera, somos la mayor Red Global de Empresas basadas en valores y comprometidas con sus territorios.

Esa es nuestra potencia. Si logramos que la comunidad y los gobiernos apuesten por nuestro modelo empresario, y logramos sumar con eficacia estos esfuerzos a nivel global, podemos ser actores decisivos en la lucha frente al cambio climático.

En ese camino hemos ido también construyendo consenso hacia el interior del movimiento cooperativo. Para empezar, en el Declaración de Identidad Cooperativa, aprobada en el Congreso de Manchester de 1995, sólo tres años después de la aprobación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en Río de Janeiro.

Allí se agregó el séptimo principio, de Compromiso con la Comunidad, que dice, textualmente: “Las cooperativas trabajan para el desarrollo sostenible de sus comunidades a través de políticas aprobadas por sus miembros”.

Es decir, si somos cooperativas, en cumplimiento del séptimo principio debemos trabajar para el desarrollo sostenible de nuestras comunidades. Si somos una cooperativa de base, por el desarrollo sostenible de nuestra localidad. Si somos una federación o una gran cooperativa, por el desarrollo sostenible de nuestra región, si somos la Alianza Cooperativa Internacional, demos trabajar por el desarrollo cooperativo global. Desde lo local a lo global, siempre.

Y si no lo hacemos, no respetamos nuestra Identidad. Así de claro.

En nuestro continente, un antecedente importante fue el Pacto Verde Cooperativo. Este fue promovido durante el 10º Congreso Nacional Cooperativo, sobre “Cambio climático y realidad colombiana”, realizado por Confecoop en Cartagenas en 2008. Este documento luego fue aprobado por el Consejo de Administración de Cooperativas de las Américas en 2009 y ese mismo año, en el marco de la I Cumbre Cooperativa de las Américas, fue aprobada como parte de la llamada Declaración de Cartagena.

¿Qué es el Pacto verde cooperativo?

Por este Pacto se invita a las cooperativas a asumir compromisos mínimos para adoptar acciones y procedimientos orientados a la conservación ambiente, como realizar auto evaluaciones institucionales periódicas para determinar el grado de cumplimiento en materia ambiental; incorporar los temas medioambientales como normas de conducta de las organizaciones; impartir y promover educación medioambiental; velar a través de la ACI-Américas por el cumplimiento y permanencia del pacto, y utilizar el distintivo en cada una de las acciones que emprendan en desarrollo del pacto.

Otra herramienta importante para pensar y actuar en el tema ambiental es la serie de documentos llamada “Transformar nuestro mundo: Una cooperativa 2030”, que fue producida por el Comité para la Promoción y el Avance de las Cooperativas (COPAC).

Este Comité está formado por la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU (UNDESA), la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el Centro de Comercio Internacional (ITC), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y el Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (UNRISD).

Es decir, es el espacio donde la ACI coordina sus acciones de promoción cooperativa con el sistema de Naciones Unidas. Este comité ha aprobado esta serie en donde se reflexiona sobre las ventajas del modelo cooperativo frente a cada uno de los ODS. Lo bueno de esta herramienta es que no lo decimos nosotros, lo expresa la Copac, con la participación de organizaciones multilaterales muy importantes para el cooperativismo, como son la OIT y la FAO.

Otro documento significativo, más reciente, de 2021, es el titulado “La Diferencia Cooperativa, Cooperativas y Cambio Climático”, elaborado también por la Copac, en el marco del convenio de Cooperación entre la Unión Europea y la Alianza Cooperativa Internacional. Es una referencia importante a la hora de hacer tareas de incidencia sobre los gobiernos, y de difusión en la comunidad.

Lo importante es que estas conclusiones surgen de estudios y debates que han sido acompañados por el sistema de Naciones Unidas.

Allí se dice, por ejemplo, que las cooperativas son iniciativas colectivas que muestran el tipo de acciones requeridas y están interviniendo cada vez más, tanto en la adaptación al cambio climático (p.ej., seguros para los cultivos; cooperativas agrícolas que apoyan la diversificación de cultivos o la gestión mejorada de cuencas, etc.) como en su mitigación (p.ej. cooperativas de energía renovable, forestales y agroforestales).

Allí se expresa también que “Las cooperativas pueden ser particularmente eficaces al fortalecer la resiliencia de las comunidades locales y su capacidad de adaptación a los desastres naturales, a través de la sensibilización, la formación o la adaptación de nuevas tecnologías”.

Rescato allí una palabra, que se repitió mucho en nuestro último Congreso Cooperativo, que se realizó ese mismo año 2021: la palabra resiliencia. Cada vez hay un mayor reconocimiento a la capacidad de adaptarse de nuestras organizaciones a las situaciones de crisis, incluyendo las crisis derivadas de los problemas climáticos. La razón es clara. Una empresa lucrativa desaparece cuando su rentabilidad no justifica su existencia. Una cooperativa se sostiene hasta tanto persista la necesidad para la que fue creada.

Esta resiliencia, junto a sus profundas raíces con el territorio, convierten a las cooperativas en un actor muy importante frente a catástrofes naturales. En Corea pudimos escuchar muchos testimonios muy interesantes sobre el papel que habían tenido las cooperativas en estas ocasiones.

A lo largo de este documento también se ponen en valor otras experiencias, como las cooperativas de reciclados de residuos, por ejemplo en la India, el Brasil, Colombia y Sudáfrica; o las cooperativas de energía renovable en Europa, tema sobre el que me detendré en unos minutos.

Finalmente, en este documento van a encontrar conceptos que ya hemos conversado muchas veces entre cooperativistas, pero que es muy importante sean afirmados en materiales de Naciones Unidas.

Allí se dice, por ejemplo, que “Está claro que necesitamos una forma diferente de hacer negocios si queremos alterar la trayectoria actual de calentamiento planetario fatal” y que “Para las cooperativas, una respuesta alternativa a los desafíos de la sostenibilidad ya está integrada en el modelo empresarial, a través de los valores y principios cooperativos”.

Como verán, música para nuestros oídos.

Todos estos elementos formaron parte de los Debates que compartimos en el Congreso de Corea, un Congreso que convocamos a 25 años de la Declaración de Identidad Cooperativa, para debatir, precisamente, cómo profundizábamos esta Identidad ante los desafíos globales que enfrentábamos como humanidad.

La coincidencia con la pandemia del Covid 19, no sólo le dio un carácter heroico al Congreso, por todas las dificultades que tuvimos que superar, sino que también nos ayudó a poner el desafío en su exacta dimensión.

Con crudeza la pandemia nos estaba mostrando las enormes fragilidades de nuestra sociedad para enfrentar desafíos globales como era la pandemia en ese momento, y como es hoy el cambio climático.

Ya en ese momento temíamos, de que muchos iban a vivir la pandemia sólo como un episodio extraordinario, que requirió respuestas extraordinarias, pero que una vez superado volveríamos a la normalidad. A lo sumo se hablaba de una nueva normalidad.

Pasados un par de años parece que, de nueva, tuvo poco y nada.

Esto es un error. Debemos volver a debatir este tema con nuestras comunidades. El cambio climático es una tormenta mayor que la pandemia, y no podremos evitarla, o al menos mitigar sus efectos, sino ponemos remedio a las fragilidades sociales que puso en evidencia la pandemia.

Al finalizar el Congreso en Corea tuve la responsabilidad de pronunciar el Discurso final, en donde debía sintetizar todo lo debatido. Y me pareció que la mejor manera de hacerlo era intentar contestarnos la siguiente pregunta: ¿Qué significa ser consecuentes con la Identidad Cooperativa en un mundo atravesado por la pobreza y la desigualdad, asediado por el cambio climático, con el enorme desafío de transformar nuestra forma de consumir y de producir?

Y allí dije que, de acuerdo a todo lo que habíamos debatido, el punto clave, para comenzar a contestarnos este interrogante, era profundizar el Séptimo Principio: nuestro compromiso con la comunidad: “la cooperativa trabaja para el Desarrollo Sostenible de su comunidad por medio de políticas aceptadas por sus miembros”.

Profundizar este principio implica dos cosas: en primer lugar, trabajar con el triple enfoque de sostenibilidad económica, social y ambiental. En segundo lugar, comprender que el Desarrollo Sostenible de cada una de nuestras comunidades, está inscripto en el esfuerzo que como humanidad debemos hacer por la Sostenibilidad Global.

Aprovecho esta oportunidad para volver a subrayar esta convicción. Ser consecuentes con la Identidad Cooperativas en estos tiempos de cambio climático requiere dos cosas: incluir el triple enfoque en cada problema que encaramos, y trabajar para articular nuestros esfuerzos locales con la red global de cooperativas que está integrada en la Alianza Cooperativa Internacional.

Y dentro de este criterio general, propuse en aquel momento, y repito hoy con ustedes, debemos priorizar los siguientes ejes: la transformación del sistema agroalimentario (en diálogo con la FAO), el futuro del trabajo (en diálogo con la OIT), la transformación digital y la reestructuración del sistema financiero, para orientar nuestros ahorros hacia el desarrollo sostenible.

Y hoy agrego: todo este trabajo local y global, debe estar sostenido en otra palabra que adquiere nuevas dimensiones en este momento: la innovación.

El movimiento cooperativo siempre fue innovador. Nacimos como respuesta a la necesidad de innovar frente a modelos producen desigualdad y pobreza. Hoy debemos innovar frente a los modelos que nos llevaron a la crisis climática.

En este terreno, las innovaciones cooperativas frente a los desafíos globales, a lo largo de estos años en la ACI, he encontrado hermosas experiencias de las que debemos aprender, para compartir y mejorar.

Permítanme comentarles algunas de ellas.

Indian Farmers Fertilizers Cooperative (IFFCO) es una de las mayores cooperativas agropecuarias del mundo. Dedicada a la producción y distribución de fertilizantes, agrupa a 35 mil cooperativas y cuenta con 50 millones de productores asociados.

Esta escala le ha permitido no sólo defender a sus pequeños productores asociados, sino también ser una de las empresas más innovadoras en el ámbito de los fertilizantes.

La nano urea es un componente potencial de la administración de nutrientes 4 R porque promueve la agricultura de precisión y sostenible, y de esta manera ayuda a minimizar la huella ambiental reduciendo la pérdida de nutrientes en forma de lixiviación y emisiones gaseosas que solían causar contaminación ambiental y cambio climático.

Lo interesante es que IFFCO es un muy activo miembro de la ACI, y ello ha permitido avanzar en convenios de colaboración para el desarrollo de esta tecnología en distintos países de nuestra región, comenzando con alianzas estratégicas con cooperativas agropecuarias.

Otra experiencia innovadora es la que está trabajando la Escuela Andaluza de Economía Social, una institución que tuve la oportunidad de conocer de cerca, en ocasión de la Asamblea que realizó la ACI en Sevilla, el año pasado.

Constituida en 2002, esta Escuela se ha convertido en un faro en innovación cooperativa. En un principio fue creada para formar al cooperativismo andaluz, como una iniciativa impulsada desde las cooperativas de trabajo, agropecuarias y las cajas rurales. Pero su éxito les dio proyección internacional, y desde hace más de diez años están desarrollando acciones en centro américa.

Lo que quería contarles es que en los últimos años han desarrollado el proyecto “Aula de la energía cooperativa”. Es un programa para la creación de comunidades energéticas desde la Economía Social, a través del cual la Escuela acompaña a grupos que quieren desarrollar comunidades energéticas que sean técnica, social y económicamente viables.

Se enmarca dentro de una iniciativa estratégica de la Unión Europea que fomenta la organización de la comunidad para liderar la transformación energética, indispensable frente al cambio climático. La pregunta, en este punto, es cómo adaptar el modelo cooperativo ante estos nuevos desafíos.

En el Aula, me contaron los responsables del programa, se ponen en contacto diversidad de grupos que impulsan iniciativas en pequeños pueblos rurales, en barrios de grandes ciudades, en pueblos de base turística. Allí toman conocimiento de la experiencia española y del resto de Europa. Comparten iniciativas y reflexionan en forma asociada sobre cuál es el modelo institucional y de gestión más adecuado. ¿organizamos una cooperativa de usuarios, o una cooperativa híbrida, que también tenga asociados trabajadores? ¿cuál es el tratamiento tarifario? ¿cómo garantizamos la inversión inicial? ¿qué tipo de tecnología es conveniente y cómo se vincula nuestra red con el resto del sistema de energía? Múltiples preguntas, cuyas repuestas aún no están escritas: se construyen en forma colectiva. Instituciones como la Escuela resultan claves en este proceso.

Lo interesante es que, a través del Aula, se suman al debate otros actores de la Economía Social, como las cooperativas de ahorro y crédito, a la hora de financiar estos proyectos, o las cooperativas de trabajo tecnológicas, interesadas en realizar el soporte técnico de las comunidades.

Otro ejemplo, en este caso del cooperativismo de Consumo, es ICoop, una cooperativa de consumo coreana, que tuvimos la oportunidad de conocer en ocasión del Congreso de Corea. Es una cooperativa relativamente joven, que desde sus inicios estuvo orientada a cubrir la demanda de productos agroecológicos y orgánicos. Se trata de una federación, que integra aproximadamente 90 cooperativas y 300 mil personas asociadas. Es muy interesante tanto por el liderazgo que tienen en materia de consumo ético, con responsabilidad ambiental y social, como por el sistema que han desarrollado para promover la producción ambientalmente responsable. Tiene un esquema que se basa en “human-focused business model”, que consiste en financiar pequeños proyectos productivos, cuya devolución luego descuentan de la operatoria a través de sus tiendas.

Es un muy buen ejemplo para promover modelos de gran escala, pero con mucha participación ciudadana, orientados a incentivar el tránsito hacia una agricultura agroecológica, a partir de la demanda de los consumidores organizados.

Otro ejemplo muy innovador es Rescoop, en este caso también vinculado a la transformación energética. Se trata de la Federación de Cooperativas de Energías Renovables de Europa, que integra a más de 1.900 cooperativas energéticas, que proveen electricidad a 1.250.000 familias

Son cooperativas que están liderando los procesos de difusión de la producción y consumo de energía renovables, que han sido motorizadas a través de la organización de los usuarios preocupados por el ambiente, y que están buscando además defenderse del trato arbitrario de los grandes proveedores eléctricos.

Constituyen un verdadero banco de experiencias, que es indispensable consultar si se tiene como objetivo que el cooperativismo lidere los procesos transformación energética.

Estos son algunos pocos ejemplos, dentro de tantos donde productores, consumidores y trabajadores adoptan el modelo cooperativo para impulsar la transformación social que requiere el desarrollo sostenible, y que debe comenzar por poner la economía en manos de la comunidad.

Quiero volver a lo que decía al principio. Lo que estamos proponiendo es un cambio de paradigma empresarial que entendemos es fundamental para avanzar en el desarrollo sostenible. No se trata de una competencia para ver qué empresa “contribuye” más a mitigar los efectos del cambio climático. Se trata de discutir cuál es el modelo empresario más adecuado para transformar la forma de producir y consumir.

El consumidor no puede esperar a que las empresas compitan entre sí para demostrarle quién es más “verde”, lo más probable es que gane el que se disfrace mejor, el que mejor gane los espacios de comunicación.

El consumidor debe transformar su capacidad de consumo en organización de consumidores y tener efectivo control sobre la cadena.

El productor no puede esperar que las grandes multinacionales de insumos le acerquen las herramientas para la cuidar sus recursos y la salud de su familia. Debe avanzar en la cadena de valor, y acordar, democráticamente cuales son es la tecnología más apropiada para cuidar el ambiente y su comunidad.

De la misma manera, el ahorrista no puede esperar que el uso sostenible de sus ahorros sea responsabilidad de una competencia virtuosa de especuladores financieros internacionales. Debe saber que sus pesos, sumados a los pesos de cada miembro de la comunidad, pueden tener un impacto formidable en términos del cuidado de su ambiente, si la canalización de sus ahorros se realiza a través de financieras democráticamente gestionadas por la comunidad.

Estoy convencido que tenemos los mejores modelos para estos desafíos, pero avanzar sólo será posible que el cooperativismo de cada país asume su responsabilidad en la defensa del desarrollo sostenible de su desarrollo.

Por eso agradezco nuevamente el trabajo y el compromiso del cooperativismo de Puerto Rico con estos temas. Estoy seguro que el desafío del cambio climático va a ser superado por el compromiso de la sociedad civil, que en forma autónoma y democrática se hace cargo de su destino. Eso es lo que va a forzar al resto de los actores económicos y a los gobiernos a profundizar decisiones que hoy en su demora nos están acercando al abismo.»