19° Seminario Gaúcho do Cooperativismo, realizado por Sescoop/RS vía teleconferencia. Este año el tema central fue la transformación digital en el cooperativismo, en búsqueda de caminos para un desarrollo cada vez más sostenible e innovador en las sociedades cooperativas:
«La crisis que introdujo la pandemia del Covid 19 es sanitaria, en primer lugar, pero también es social, es económica, es cultural y es ambiental.
A decir verdad, antes de que se desatara la pandemia ya teníamos por delante algunos desafíos muy claros en todas estas dimensiones.
Desafíos que desde la Alianza Cooperativa Internacional tomamos como propios y vinculamos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por Naciones Unidas de cara al 2030.
Como parte de esa Agenda habíamos puesto el eje en algunos objetivos que para nosotros son urgentes, como la erradicación de la pobreza, la creación de trabajo decente, la acción por el clima, la equidad de género y la paz.
En ese camino, comenzamos a dialogar con otros actores clave del escenario global, como la OIT, la FAO y distintas oficinas de Naciones Unidas, y posicionamos al movimiento cooperativo como protagonista de la Alianza Global para el Desarrollo Sostenible.
¿Desde qué lugar lo hacemos?
Lo hacemos desde la convicción de que somos la mayor red global de empresas identificadas con valores y principios que nos hermanan, más allá de las fronteras, más allá del volumen de cada una, más allá de la trayectoria y de la rama de actividad en la que se desempeñe cada una de nuestras empresas cooperativas.
Alrededor de tres millones de cooperativas con más de mil millones de miembros y 280 millones de trabajadores conforman este movimiento económico y social único en el mundo.
Un movimiento que tiene más de 175 años de vigencia en distintas latitudes del planeta, superando contratiempos de todo tipo.
Por eso estamos convencidos de que esta trayectoria y esta presencia en todo el Mundo nos ponen en un lugar muy importante a la hora de ver más allá de esta crisis.
Se habla de una nueva normalidad, cuando la pandemia sea historia.
Sin embargo, todavía hay más dudas que certezas acerca de cómo y cuándo vamos a pasar a esa nueva etapa.
De lo que no tenemos dudas es de que no podremos superar estas crisis desde el paradigma de la competencia, desde el sálvese quien pueda, sino desde el paradigma de la cooperación, desde la convicción de que todos estamos en el mismo barco y que nadie se salva solo.
En ese sentido, creo que la tarea central que tenemos hoy los cooperativistas es profundizar nuestra identidad.
La Alianza Cooperativa Internacional, está cumpliendo este año tan particular 125 años de vida, y está celebrando también los 25 años de la Declaración de Identidad Cooperativa.
En esa Declaración, aprobada por el Congreso Mundial que se realizó en Manchester, en 1995, se definió a la cooperativa como “una asociación autónoma de personas que se han unido voluntariamente para hacer frente a sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes, por medio de una empresa de propiedad conjunta y democráticamente controlada.”
Se reforzó la idea de que las cooperativas eran empresas centradas en las personas.
También se incorporó en aquella ocasión el Séptimo Principio, de Compromiso con la Comunidad, y se incluyeron los valores éticos de ayuda mutua, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad.
Este es nuestro ADN. Está marcado a fuego en nuestro Código Genético.
Por eso yo siempre digo que no somos empresas con responsabilidad social, sino que somos la responsabilidad social hecha empresa.
En otras palabras, somos la demostración clara de que es posible el crecimiento económico de la mano de empresas con valores y principios, que tienen sus raíces en los territorios y que practican la democracia como forma de gestión.
Ahora bien, si efectivamente la democracia es una de las principales características, yo diría una de las principales virtudes de nuestras empresas, una de las preguntas que tenemos que hacernos es cómo pueden ayudarnos las nuevas tecnologías de la información y la comunicación para mejorar la participación de los asociados en la gestión y en el control de la gestión.
Por supuesto que es prácticamente imposible pensar hoy la gestión de cualquier tipo de empresa sin tomar en cuenta el rol de las nuevas tecnologías, ya sea en el management, en el marketing o en cualquier aspecto del funcionamiento interno y externo de una empresa.
Pero las cooperativas no son cualquier tipo de empresa.
Como decíamos recién, son empresas de propiedad conjunta y democráticamente controladas, con valores y principios que las distinguen de otras.
Entonces, su manera de encarar la transformación digital indudablemente tiene que contener esos elementos.
Yo creo que el camino más eficaz para no quedarnos atrás y para no equivocarnos en la incorporación de procesos digitales dentro de nuestras empresas es pensarnos, nuevamente, desde la Identidad Cooperativa.
La transformación digital no sólo debe ayudarnos a mejorar nuestra productividad, a hacernos más competitivos, a agilizar la gestión, sino que debe también ser un instrumento para lograr una participación más fluida, más abierta y más eficaz de nuestros asociados.
Muchas veces ocurre que los asociados se sienten ajenos a su propia cooperativa. La transformación digital, que nos atraviesa a todos como trabajadores, como usuarios, como productores, como profesionales de distintos rubros, tiene que permitir en las cooperativas una mayor cohesión de todos sus asociados, y tiene que servir a la dirección política y económica de cada cooperativa para que exista con ellos un ida y vuelta fluido, dinámico y genuino.
Existe, a nivel general, otra gran preocupación respecto de la transformación digital, y es cómo impacta en la cantidad y calidad de puestos de trabajo.
Esta problemática la abordamos desde la ACI junto con la OIT, que viene advirtiendo respecto de las llamadas economías de plataforma, las cuales lejos de crear nuevas oportunidades y de promover mejores prácticas laborales, pueden recrear conductas del siglo XIX y dar lugar a lo que se consideran jornaleros digitales.
Ante ese diagnóstico, la OIT alienta a que exista un sistema de gobernanza internacional de las plataformas digitales para que respeten los derechos laborales y, por otro lado, sea reglamentado el uso de los datos de los consumidores.
Nuestra responsabilidad en este punto es generar plataformas digitales cooperativas, que dignifiquen las condiciones laborales de quienes trabajan y respeten la privacidad de quienes consumen.
Una tercera inquietud que me parece oportuno compartir con ustedes está vinculada al desembarco de las nuevas tecnologías en el mundo financiero.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación permiten, sin dudas, que se pueda avanzar en distintos procesos de inclusión financiera, sobre todo en países donde todavía hay mucha gente afuera del sistema.
Pero esa inclusión resulta insuficiente si no se trabaja también en la democratización del sistema financiero.
Y allí es donde las cooperativas jugamos un rol que probablemente nadie más puede cumplir.
Por esos elementos constitutivos de nuestras empresas que mencionaba al principio, podemos afirmar que somos la mejor herramienta para que la comunidad participe en la decisión sobre cómo se destinan los ahorros locales y para que participe en la construcción de las alternativas de financiamiento necesarias para fortalecer los sistemas productivos de cada lugar.
Tenemos entonces, al menos, tres desafíos concretos en relación con la transformación digital.
El primero, poner las nuevas tecnologías de la información y la comunicación al servicio de la participación democrática de nuestros asociados.
El segundo, desarrollar plataformas cooperativas para crear trabajo decente, para multiplicar oportunidades y para evitar la precarización laboral.
Y el tercero, impulsar fintech cooperativas, empresas que estén en manos de la comunidad para contribuir a la democracia del sistema financiero y para que las herramientas financieras sirvan a la economía real en cada territorio.
Los desafíos son similares, por supuesto, para las cooperativas que se desempeñan en la salud, en el consumo, en la producción agropecuaria o en cualquiera de las otras ramas de la producción y los servicios.
La transformación digital, en definitiva, abarca ya a casi todas las esferas de la economía e incluso de nuestra vida privada y, por lo tanto, estas inquietudes pueden plantearse en todas esas esferas.
En cualquier caso, esos tres ejemplos que comenté antes me parecen significativos para poder pensar cómo deberíamos posicionarnos las cooperativas en cada escenario donde estamos presentes.
Ahora bien, para eso tenemos que tener muy claro el contexto general en el que nos desenvolvemos, sobre todo en América Latina.
Un reciente informe publicado por la CEPAL, el Centro de Desarrollo de la OCDE, el Banco de Desarrollo de América Latina y la Comisión Europea sugiere que la transformación digital en esta región puede ayudar a “hacer frente a la situación socioeconómica actual, impulsar la productividad, fortalecer las instituciones y lograr niveles más altos de inclusión y bienestar”.
El informe también destaca «el papel clave de las alianzas internacionales para aprovechar los beneficios de la transformación digital».
Sin embargo, al mismo tiempo, advierte que el acceso a Internet está lejos de ser universal.
En América latina hay una enorme cantidad de excluidos digitales: el acceso a banda ancha, por ejemplo, no llega al 50%.
Mientras que el 75% de la población más rica de América Latina usa Internet, solo lo hace el 37% entre la población más empobrecida.
Indudablemente, en nuestra región no alcanza con hablar de transformación digital si no encaramos simultáneamente el reto de la inclusión digital.
En este contexto, además, vino la pandemia.
Y, como decía al principio, no solamente provocó una tremenda crisis sanitaria si no que está agudizando otras crisis, de índole social, económica, cultural, ambiental…
Este mismo informe que les mencionaba recién arroja algunas cifras alarmantes sobre el impacto de la pandemia: entre ellas, es probable el cierre de 2.7 millones de micro empresas, lo que implica la pérdida de 8.5 millones de puestos de trabajo, en una región donde el 40% de los trabajadores no tienen acceso a ninguna forma de protección social y el 60% trabaja de manera informal.
La CEPAL estima que 45 millones de personas van a caer en la pobreza, y se van a sumar a más de 60 millones que ya viven en esas condiciones desde antes de la pandemia.
Por eso, ante este panorama, y tomando la invitación que hacen estos y otros organismos para que la transformación digital pueda ayudar a las economías latinoamericanas a salir de la crisis, creo que tenemos el gran desafío de promover procesos de transformación digital con una clara matriz inclusiva, democrática y solidaria.
Esto es algo que podemos desarrollar desde nuestras propias organizaciones pero que además debemos poner sobre la mesa en nuestro diálogo con los poderes públicos de cada país, así como expresar nuestro punto de vista en el debate a nivel regional y a nivel global.
Después de todo, impulsar este desarrollo desde las empresas cooperativas e incidir para que las políticas nacionales, regionales y globales referidas a la transformación digital tengan esta matriz inclusiva, democrática y solidaria, sería coherente con nuestra trayectoria de más de un siglo en distintos países de los cinco continentes.
En ese sentido, antes de concluir, quiero recordar que cuando nació la primera cooperativa de la era moderna, en Rochdale, Inglaterra, en 1844, había una revolución industrial en marcha.
Revolución que había tenido su epicentro, no casualmente, en ese lugar del mundo, que en líneas generales permitiría muchas mejoras en los procesos de producción industrial y que traería avances en el transporte, las comunicaciones, etcétera.
Pero también tenía consecuencias negativas para muchos sectores de la sociedad.
Porque todos esos avances eran cada vez más funcionales a la concentración del capital y dejaban en un lugar secundario o directamente afuera de los beneficios de esas transformaciones, a una cantidad creciente de personas.
Desde distintos lugares se fueron buscando alternativas para frenar o revertir esas consecuencias.
Allí había una encrucijada, teórica y práctica, para sortear los perjuicios que traían aparejadas las enormes y veloces transformaciones que estaba sufriendo el modo de producción capitalista.
¿Cómo la resolvieron los pioneros de Rochdale?
Partiendo de la necesidad, porque ciertamente estaban excluidos de las posibilidades de progreso que supuestamente implicaban los avances tecnológicos de la época, dieron vuelta la ecuación, y crearon en el corazón de la Revolución Industrial una empresa con las personas en el centro de la escena.
Establecieron principios rectores de su actividad, que de alguna manera fueron el antecedente de los actuales principios cooperativos, esos que forman parte de nuestra identidad, y esos principios forjaron un modelo donde todo avance tecnológico, toda mejora en el proceso de producción, toda incorporación de nuevas herramientas manuales e intelectuales, estarían al servicio de las personas, no del capital.
El capital mismo se convirtió en un instrumento al servicio de las personas, y no al revés.
¿Qué es lo que quiero decir con esto?
Que, muchas veces, en el medio de las transformaciones constantes y aceleradas de los procesos de producción y consumo, se llevan adelante otras transformaciones que son mucho más trascendentes.
Son las transformaciones sostenidas por personas, o por conjuntos de personas, que cambian el paradigma a la hora de organizar socialmente esos procesos de producción y consumo.
Vale la pena detenerse unos minutos, en este sentido, a pensar cómo concebimos a las tecnologías, qué entendemos por tecnologías.
A veces es confuso el significado y el uso que le damos a ese término.
Tomamos a las tecnologías como insumos que otros, más avanzados que nosotros, son capaces de renovar y de ofrecer constantemente y que, si logramos incorporarlas a nuestras empresas, a nuestros hogares, incluso a nuestros países o regiones, vamos a mejorar nuestra manera de producir y de consumir, y vamos a disfrutar de un mayor bienestar.
Aprovecho para reflexionar que esta aseveración merece al menos ser puesta en cuestión.
Por un lado, en esa generación constante de nuevas tecnologías están en juego muchos de los factores que hacen a la histórica dependencia de muchos de nuestros países respecto de otros.
Podríamos resumir diciendo que hay asimetrías globales que hacen imposible generar en casi todo el hemisferio sur las condiciones para equiparar los niveles de inversión en ciencia y tecnología de las potencias del Norte.
Por otro lado, esos insumos que se nos ponen delante de forma permanente bajo la etiqueta de nuevas tecnologías pueden hacer más eficientes, más automáticas, más inmediatas, muchísimas de nuestras acciones cotidianas, pero también ponen en riesgo nuestra privacidad como individuos, justifican la precarización de muchos puestos de trabajo, y en buena medida están volviendo más efímera, más egoísta, menos humana, nuestra relación con los demás y con el ambiente que nos rodea.
Pero no quiero extenderme en esto. Lo que sí quiero dejar claro es que el verdadero significado de la palabra tecnología, y que vale la pena rescatar, está referido a cómo pueden ser ordenados y sistematizados los conocimientos técnicos que tenemos los seres humanos para llevar adelante cualquier empresa que nos propongamos.
En este sentido, cabe preguntarnos ¿qué son y para qué sirven las tecnologías?
Creo que es interesante rescatar esta noción para vincularla con una de las principales virtudes de la Identidad Cooperativa, que es poner en el centro de la escena al ser humano.
Porque hoy, todavía, el ser humano es en gran medida un instrumento que sirve a la acumulación de capital, y el capital está cada vez más concentrado en pocas manos.
Y desde este punto donde hoy estamos parados, me animo a decir que la principal transformación tecnológica que hubo a mediados del siglo XIX fue la que llevaron adelante los pioneros de Rochdale.
Sencillamente porque pensaron y concretaron otra forma de hacer las cosas, que cambiaba 180 grados la óptica desde donde se producía y se consumía en ese modelo de sociedad industrial que se estaba constituyendo.
Volvamos a hoy: se dice que hoy estamos atravesando la cuarta revolución industrial.
Es decir, que estamos en otro estadio del mismo proceso social y económico.
Es decir, también, que estamos ante una encrucijada muy distinta en cuanto a los elementos que componen el escenario social y económico pero muy parecida, casi idéntica, si me permiten, desde el punto de vista filosófico.
O las personas, las comunidades, son sujetos pasivos de transformaciones pensadas y ejecutadas para concentrar cada vez más la riqueza, mientras millones de seres humanos en el Mundo aún no cuentan con lo más mínimo para poder llevar adelante una vida digna, o las personas y las comunidades son protagonistas de las transformaciones necesarias para que la economía esté en manos de las personas y todos puedan mejorar su calidad de vida, sin dejar a nadie atrás.
Me parece que, cuando pensamos en las transformaciones que nos están atravesando hoy en día, tenemos que ir al fondo de la cuestión y saber que nuestra identidad, nuestra trayectoria y nuestra presencia a escala global nos ponen en un lugar clave para resolver esta encrucijada.
Creo sinceramente que no tenemos que inventar nada nuevo, ni tampoco dejarnos llevar por lo vertiginoso de los cambios constantes que aparecen y desaparecen en lapsos de tiempo cada vez más cortos, cada vez más efímeros.
Sin dudas, es importante incorporar nuevas miradas, es importante invitar a los jóvenes a sumarse, con su capacidad emprendedora, con sus visiones innovadoras, para que puedan realizarse personal y profesionalmente en nuestras empresas cooperativas.
Pero no olvidemos que lo que nos hace diferentes, lo que nos hace mejores y, yo diría si me permiten, lo que nos vuelve indispensables en este momento histórico, es nuestra capacidad de organizar la economía y la sociedad de tal manera que podemos generar y distribuir recursos, que podemos innovar, que podemos agregar valor a la economía, que podemos incluso acumular capital, pero siempre con un objetivo claro, que es satisfacer las necesidades y aspiraciones de las personas y el ambiente.
En otras palabras, para nosotros el ser humano y el ambiente deben estar siempre en el centro de la escena, y cualquier transformación en los modos de producir y consumir debe estar subordinada a esta otra transformación social que los cooperativistas han hecho realidad en estos últimos 175 años y que le muestra hoy al Mundo entero un horizonte más solidario, más inclusivo y más justo hacia dónde ir.»
Al concluir su presentación, el presidente de Cooperar y de la ACI sostuvo que, “o las personas y las comunidades son sujetos pasivos de transformaciones pensadas y ejecutadas para concentrar cada vez más la riqueza, mientras millones de seres humanos en el Mundo aún no cuentan con lo más mínimo para poder llevar adelante una vida digna, o las personas y las comunidades son protagonistas de las transformaciones necesarias para que la economía esté en manos de las personas y todos puedan mejorar su calidad de vida, sin dejar a nadie atrás”.