Actividad organizada por la Confederación Española de Cooperativas de Trabajo Asociado (Coceta) como parte de la jornada de su Asamblea 2021:

«En primer lugar, quiero contarles que nuestro modelo empresarial es el elegido en el mundo por más de 1200 millones de miembros, asociados a 3 millones de cooperativas que constituyen la mayor red global de empresas construidas desde los territorios, gestionadas de manera democrática y orientadas al bien común.

Somos la mayor red global de empresas identificadas con valores y principios que nos hermanan, más allá de las fronteras, más allá del volumen de cada una, más allá de la trayectoria y de la rama de actividad en la que se desempeñe cada una de nuestras empresas cooperativas.

Empresas que en su conjunto tienen una facturación equivalente al PBI de la quinta Economía del Mundo. Empresas que generan 280 millones de puestos de trabajo de forma directa, lo que equivale al 10 % del total de la población mundial ocupada y 8 veces mayor a las fuentes de trabajo generadas por las empresas que forman parte de los países del G20 en conjunto.

Por eso estoy convencido de que nuestro modelo de empresa, con sus principios y sus valores, es el más adecuado para enfrentar los grandes desafíos que enfrentamos como humanidad.

Y para aportar a esta perspectiva, publiqué el año pasado el libro titulado Principios Cooperativos en Acción frente a los Desafíos Globales.

Permítanme compartirles aquí algunas de las ideas que allí se expresan, que son fruto de los intercambios, las experiencias y los consensos que he podido compartir con muchos de ustedes y con tantos colegas y amigos del movimiento cooperativo en todos los continentes.

El primer tema que quiero traerles es la necesidad de transformar el sistema financiero.

Nuestro sistema económico no resulta sostenible, en gran parte, porque la economía real ha quedado atrapada en la lógica especulativa y sin arraigo del capital financiero. Lo que algunos llaman la financierización de la economía.

El resultado de esa financierización son pequeñas y medianas empresas sin acceso al crédito, familias sobreendeudadas, bancos que desatienden la producción y se especializan en el tráfico de activos financieros de carácter especulativo, Estados condicionados por su deuda externa, empresas controladas por fondos financieros globales sin compromiso con el desarrollo del territorio donde están insertas.

Son todas facetas de un mismo fenómeno: la rentabilidad del capital se ha disociado de los circuitos locales de producción y consumo, para sostenerse en la apropiación de renta financiera.

Frente a este problema que agobia a la economía global, los cooperativistas podemos hacer una importante contribución. Podemos ser el camino hacia un profundo proceso de democratización del sistema financiero, que logre poner  las finanzas al servicio de las necesidades del desarrollo local sostenible.

En el libro discuto la necesidad de superar la visión de que las cooperativas son solamente un camino para la inclusión financiera, es decir, para que las familias y pequeñas empresas puedan acceder al sistema financiero.

Las cooperativas de ahorro y crédito son el mejor camino no sólo para incluir sino también para democratizar el sistema financiero, para que la comunidad local recupere la soberanía sobre su ahorro y lo transforme en financiamiento para el desarrollo local.

Las cooperativas, por su importancia en el sistema financiero, su presencia en casi todos los países del mundo, y por su enorme capital en términos de diversidad de modelos para el ahorro y crédito de base solidaria, son las que están en mejores condiciones de aportar a la democratización del sistema financiero en sus tres niveles: local, nacional y global.

En términos de mitigación del cambio climático también tenemos muchas cosas concretas para aportar. El principal origen de la emisión de carbono es la producción de energía. Debemos cambiar, con urgencia, la matriz energética. La transición hacia un sistema de producción distribuida de energía renovable puede realizarse desde modelos cooperativos.

Las cooperativas de servicios eléctricos que se encuentran en muchos países, han demostrado la eficacia de su modelo porque garantiza la voz de los usuarios, que son los que están presentes en el territorio. Son esos usuarios organizados los que a través del modelo cooperativo pueden tomar la palabra en las decisiones urgentes que hoy tenemos que tomar:  cuáles son las fuentes de energía deseables en su territorio y cuál es el consumo de energía que asumimos como ambientalmente sostenible en cada ecosistema.

En el libro también rescato nuestra gran experiencia en la organización de cooperativas de agua potable. Cooperativas que la comunidad organizó para acceder en forma autogestiva al agua potable y a los servicios de saneamiento.

En el tercer capítulo, “Agenda cooperativa para la defensa del planeta”, discuto como avanzar para que estas cooperativas, orientadas a satisfacer necesidades locales muy concretas, pasen a constituirse en plataformas de participación de la comunidad hacia la una gestión sostenible de las cuencas hídricas.

Esto no es sencillo, requiere trabajar la cultura hídrica de nuestras sociedades y replantearnos nuestra relación con los poderes públicos.

Muchos discuten a partir del paradigma de la economía circular. Ese es un paradigma claramente cooperativo, un campo donde tenemos mucho para mostrar y para aprender.

Los volúmenes y la peligrosidad de los residuos han ido aumentando exponencialmente debido a los procesos de urbanización, de expansión del consumismo y de incremento del contenido tecnológico de la matriz de consumo.

Enfrentar exitosamente este desafío requiere una fuerte cultura cooperativa. La compleja articulación de la cadena que se inicia en la generación del residuo y termina con su reciclado y reinserción en el sistema productivo, no será resultado de una gestión burocrática central ni de las relaciones de mercado.

Será producto de la responsabilidad social y la cooperación en un marco regulatorio que priorice la participación de la comunidad y aproveche el valor económico del reciclado, pero siempre recordando que el valor principal, la protección del ambiente, no se refleja en ninguna relación mercantil.

Enfrentar el cambio climático requiere un profundo espíritu innovador. Hay que cambiar las formas en que producimos y consumimos. Pero esto nos lleva a discutir la relación de nuestras cooperativas con el sistema científico tecnológico.

La búsqueda permanente del aumento de la tasa de ganancia ha orientado la innovación hacia la reducción de la vida útil de los bienes de consumo, lo que nos ha terminado arrastrando a un consumismo desenfrenado y ambientalmente irresponsable.

Es la razón por la cual la innovación ha estado primariamente asociada a la aceleración de los procesos de obsolescencia y al incremento de los costos de transferencia de tecnología. 

En términos esquemáticos: o la innovación está al servicio de la tasa de ganancia, y por lo tanto promueve el consumismo irresponsable y fuerza la obsolescencia, o procuramos innovaciones socialmente inclusivas en el marco de acciones colectivas y solidarias.

Cambiar el sentido de la innovación, orientándola hacia el desarrollo sostenible, exige un vínculo mucho más estrecho entre los sistemas nacionales de innovación y los modelos de la economía social y solidaria.

O dicho de otra forma: innovar hacia formas de producción y consumo sostenibles requiere innovar también en los modelos de empresas que se harán cargo de organizar esa nueva producción y ese nuevo consumo.

Y si hablamos de innovación, no podemos eludir el tema del futuro del trabajo, el otro gran desafío que enfrentamos como humanidad.

En el capítulo titulado “El camino de la cooperación hacia el futuro del trabajo”, comento lo que estamos debatiendo desde la ACI con la Organización Internacional del Trabajo, la OIT.

Creo que somos los que más podemos aportar en términos de innovaciones a la organización del trabajo, porque, como coincidimos con Guy Ryder, Director General de la OIT, las cooperativas somos un verdadero laboratorio de innovación en términos de organización del trabajo.

De acuerdo con Cicopa, la organización sectorial que representa al trabajo asociado en la ACI, en el mundo hay 374 mil cooperativas de trabajo, integradas por casi 20 millones de trabajadores y trabajadoras que han adoptado estrategias alternativas para generarse en forma autogestionaria un puesto de trabajo e ingresos para su familia.

Este es un enorme laboratorio de experiencias para todos aquellos interesados en caminos alternativos para la creación de trabajo decente frente a la crisis de la relación asalariada y frente al enorme problema de la precarización laboral, que es una característica prevaleciente enel mundo: de acuerdo a la OIT, más del 60% del trabajo es informal. En números aboslutos, de los 3.300 millones de trabajadores que hay en el mundo, 2000 millones trabajan de forma informal.

Frente a este problema, hay mucho temor de que las nuevas tecnologías agraven la situación. Por eso, en la ACI estamos debatiendo intensamente cómo desarrollar el modelo cooperativo dentro de la llamada economía de plataforma.

Para “recuperar la soberanía sobre su tiempo”, como propone la OIT, los trabajadores pueden hacerlo a través de plataformas cooperativas, que estén al servicio de la multiplicación de las oportunidades y no de la precarización laboral.

Como hemos repetido en muchas oportunidades, la economía de plataforma puede ser el espacio del precariado o puede ser la gran oportunidad del trabajo asociado y cooperativo. Resolver esa encrucijada requiere el trabajo articulado de gobiernos, organizaciones sindicales y cooperativas.

Este desafío forma parte de un problema más general: hacer de las tecnologías de la información y la comunicación herramientas que consoliden la democracia económica, social y política, que contribuyan a la inclusión social y que fortalezcan los procesos de producción y consumo arraigados en cada territorio.

La lógica imperante en la comunicación digital en estos tiempos, gobernada por oscuros algoritmos cuya función es ponernos a producir y consumir sin freno información que en última instancia sirve a la acumulación de un puñado de corporaciones, nos pone en una encrucijada.

Si es difícil salirnos de ese lugar de productores permanentes de contenido para otros, poniendo toda nuestras emociones, sensanciones y experiencias en redes controladas por otros, al menos debemos saber que las cooperativas tenemos décadas de trayectoria construyendo herramientas que democratizan las comunicaciones.

Como lo hicimos con otros servicios como la electricidad, el agua o la telefonía, en estos últimos años pudimos conectar miles de localidades urbanas y rurales con tendidos de fibra óptica, antenas e infraestructura en general, y también con contenidos locales, plurales y auténticos que acercan a nuestras comunidades.

No sólo eso, existen muchas empresas cooperativas que hacen software libre y que diseñan plataformas de contenidos que demuestran cómo la economía de plataformas puede ser también cooperativa.

Este tema lo discuto en un capítulo que no casualmente se titula “Integrar la diversidad para democratizar la palabra”. Porque ese es el gran desafío que debemos enfrentar como humanidad. Recuperar la palabra para nuestras comunidades.

Y ese objetivo nos obliga a competir con el modelo de negocio que ha conquistado los espacios de la comunicación, de la información, del entretenimiento.

Nosotros tenemos modelos alternativos, centrados en las personas. Por eso podemos hacer un gran aporte en este sentido. No hay desarrollo sostenible si no recuperamos la palabra para nuestras comunidades.

No puedo dejar mencionar, en un debate como este, orientado a analizar el aporte de la economía social y solidaria a la Agenda 2030, nuestra enorme potencialidad para poner el sistema agroalimentario al servicio de la salud y del cuidado del ambiente.

Las cooperativas agropecuarias y de consumo pueden hacer una gran contribución para cambiar las pautas de producción y consumo de alimentos, objetivo indispensable para la defensa del ambiente y para terminar con el hambre.

Con los recursos naturales y tecnológicos disponibles, la humanidad está en condiciones de terminar con el hambre. Pero esto solo se logrará si los consumidores podemos cuestionar las pautas alimentarias que nos imponen las cadenas multinacionales de supermercados asociadas a la industria alimenticia concentrada; si las comunidades podemos defendernos de las prácticas depredadoras del ambiente propias de los modelos extractivistas; y si los agricultores y trabajadores podemos potenciar nuestras culturas y saberes con los extraordinarios avances de la ciencia, sin someternos a la lógica cortoplacista propia del capital concentrado.

Esta es una agenda en la que el cooperativismo puede hacer una gran contribución. Las cooperativas, con sus modelos empresarios al servicio de productor y del consumidor, pueden canalizar parte de toda la energía social que se requiere para la transformación del sistema agroalimentario.

Creo que si logramos forjar alianzas, incluso tranfronterizas, entre cooperativas de consumo comprometidas con cadenas de valor equitativas, con responsabilidad social y ambiental, y cooperativas agropecuarias cuidadosas de la sosteniblidad social y ambiental, podremos hacer una diferencia importante a favor de la salud, el desarrollo rural y el cuidado del ambiente a escala global.

Otro enorme desafío que enfrentamos como humanidad, y que está expresado en el quinto objetivo de desarrollo sostenible, es la igualdad de género. Aquí el cooperativismo puede hacer un aporte sustancial si logra desarrollar modelos alternativos para la organización del trabajo de cuidado.

El cuidado de los niños y niñas, de las personas mayores y de todos aquellos con limitaciones en su autonomía, como ha quedado muy en evidencia en estos tiempos de pandemia, está cargado mayoritariamente sobre las espaldas de las mujeres. Y, como todos sabemos, se trata de trabajo habitualmente no remunerado.

Esta inequidad en la distribución del trabajo de cuidado es una de las principales razones de las desventajas de la mujer en el terreno económico, político y cultural.

Por eso, una de las contribuciones centrales que puede y debe hacer el cooperativismo en la defensa de los derechos de la mujer es aportar soluciones innovadoras que posibiliten una redistribución de las tareas de cuidado, que hoy no están remuneradas y representan dos tercios de su trabajo.

Hay muchas experiencias en desarrollo en este sentido, todas ellas con un objetivo común: construir sistemas de cuidados que, apelando a la solidaridad y a la participación, atiendan tres derechos en forma simultánea: el derecho al cuidado de nuestros niños, niñas, mayores y personas discapacitadas, el derecho a la no discriminación por razones de género, y el derecho a un trabajo decente de los trabajadores y trabajadoras del sistema de cuidados.

Otro enorme desafío que enfrentamos como humanidad es la Paz, y allí también tenemos mucho para aportar desde nuestro modelo de organización económica. Es un desafío que asumimos como movimiento global en la Asamblea de la Alianza Cooperativa Internacional de 2019, en Kigali, Ruanda, un país que había sido devastado por la violencia, y que hoy ha demostrado la enorme capacidad del paradigma cooperativo para reconstruirse.

No debemos olvidar que, antes de la pandemia, ya vivíamos la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial. Eso seguramente está empeorando en estos días.

Nos alarma que, aún en plena pandemia, no se logran desactivar los conflictos armados en el mundo.

En el libro repaso contribuciones muy concretas que han realizado las cooperativas en situaciones de conflicto en Ruanda, Uganda, Bosnia y Herzegovina, Colombia, Guatemala, Líbano, Jordania e Irán, por poner algunos ejemplos.

Y estas contribuciones no son resultado de que los y las cooperativistas seamos mejores personas que el resto de la humanidad. Son resultado de las virtudes de un modelo que nos invita a organizarnos como comunidad, en base a principios y valores compartidos, y que nos da la posibilidad de trabajar, producir, consumir, ahorrar, construir nuestro hábitat… de forma compartida y centrando toda nuestra actividad en el bien común. ¿Qué mejor reaseguro para la paz en nuestras sociedades que un modelo capaz de distribuir las oportunidades de desarrollo de forma equitativa, para que nadie se quede afuera, y nadie se quede atrás?

En efecto, el primer principio sostiene que las cooperativas son organizaciones a las que pueden ingresar todas las personas dispuestas a utilizar sus servicios y a aceptar las responsabilidades que conlleva ser miembro, sin discriminación de género, etnia, clase social o posición política o religiosa.

Este principio sintetiza gran parte de la potencia de las cooperativas para la paz: al trabajar en base a las necesidades de las personas y hacerlo en forma abierta, las cooperativas son claramente más eficaces en términos de paz positiva que aquellas empresas que trabajan en función del beneficio de una minoría que aporta capital, con una lógica reducida al interés de esa minoría.

El segundo principio cooperativo, el de participación democrática, es especialmente potente para construir relaciones pacíficas. Las sociedades que tienen un andamiaje sólido para superar conflictos son aquellas que han acordado el voto igualitario. El cooperativismo lleva ese acuerdo a la gestión de las empresas, es decir al terreno de la economía, que es donde se generan gran parte de las desigualdades que terminan provocando conflictos.

Quiero, finalmente, compartir con ustedes que este libro ha sido una construcción colectiva. No pretende reflejar solo mi opinión personal o la de mi equipo de trabajo. Intenta reflejar la construcción de consensos hacia el interior del movimiento cooperativo. Y tiene la ambición de contribuir a que seamos, desde la ACI, un activo formador de opinión a nivel de la comunidad internacional.

Lo que en esas páginas se dice es lo que hemos discutido y aprendido con ustedes y con muchos otros cooperativistas en el mundo. Son algunas respuestas y propuestas que hemos construido juntos.

Esa es nuestra fortaleza. Lo nuestro no es una propuesta de laboratorio. Es una propuesta que se construye desde la experiencia, desde el diálogo en el territorio, con toda la potencia de una experiencia compartida por millones de hombres y mujeres cooperativistas en el mundo.

Como les decía al comienzo, somos tres millones de cooperativas y más de 1000 millones de asociados en todo el mundo.

Pongamos en acción nuestros Principios Cooperativos, y podremos hacer un aporte enorme al desarrollo sostenible de cada uno de nuestros territorios y de la comunidad global. Podemos ser el corazón del desarrollo sostenible. De una nueva economía al servicio del cuidado de las personas y del planeta. De nosotros depende.»

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