Mensaje en la Convención Nacional de Unimed, realizada el 11 de octubre en Brasilia:

«Es un verdadero gusto para mí estar una vez más con ustedes, es un placer venir a este país hermano que me recibe siempre con tanta hospitalidad.

Y constatar una vez más el gran volumen y la potencia inconmensurable que tiene el cooperativismo brasilero.

No es casualidad que, en el Monitor Cooperativo Mundial, este sea el quinto país en cantidad de entidades que figuran entre las mayores 300 de todo el planeta.

Y no es casualidad que sea el sistema Unimed la cuarta organización más grande del mundo, entre esas 300 de todos los sectores.

No está de más decir que, según este relevamiento que realiza la ACI junto con Euricse todos los años, Unimed es la primera de todas en el ranking de cooperativas y mutuales dedicadas al servicio de salud, educación y otros servicios sociales.

Estamos hablando de una organización con un desarrollo prolífico en términos cuantitativos, que la posiciona como un faro a escala global a la hora de demostrar que el modelo de gestión cooperativo puede expandirse sin límites y ubicarse en posiciones de liderazgo en ámbitos tan cruciales como el de la sanidad.

Sin embargo, lo que me interesa resaltar hoy es que esta potencia expresada en el modelo cooperativo de Unimed no es solamente una potencia basada en lo cuantitativo. Sino, sobre todo, en lo cualitativo.

Porque este enorme desarrollo del sistema de salud que ustedes integran está cimentado sobre los mismos principios y valores que forjaron los pioneros, no tan solo de Unimed allá en 1967 o del propio cooperativismo brasilero, en el siglo XIX, sino incluso los propios principios rectores que definieron hace 180 años a la empresa cooperativa de un modo diferencial.

Un modelo de empresa sin fin de lucro, que puso a las personas en el centro de la escena, que tomó al capital como un medio para el crecimiento humano, individual y colectivo, y no al revés.

Un modelo de empresa que se abrió paso, desde aquellos 28 pioneros de Rochdale en 1844, a los más de mil millones de miembros asociados a tres millones de cooperativas que existen hoy en todos los continentes.

Digo que se abrió paso frente a muchísimas dificultades, contextos adversos y escenarios geopolíticos cambiantes.

Pensemos que la ACI, nuestra Casa Común, nació en 1895, antes que muchísimos otros organismos de cooperación internacional, atravesó dos guerras mundiales, la guerra fría y catástrofes naturales y sanitarias de distinta índole.

La ACI fue testigo directo y cercano del nacimiento de la Organización Internacional del Trabajo, por ejemplo, en 1919.

Fue la primera organización no gubernamental en tener estatus consultivo en Naciones Unidas, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial.

Fue, y sigue siendo, clave para integrar a un movimiento cooperativo diverso, de Norte a Sur, de Este a Oeste, compuesto por culturas y geografías bien distintas, pero hermanadas por un idioma común: el de nuestros principios y valores cooperativos.

Y tenemos hoy esta herramienta de integración consolidada, lista para hacer frente a los desafíos de la hora, porque precisamente durante casi dos siglos la cooperación demostró ser más eficiente que la competencia abierta y desigual que propone el liberalismo acérrimo, así como demostró ser más eficiente que el control absoluto de la economía de parte de un solo patrón, el Estado.

Me permito citar a un compatriota, hoy líder global, el Papa Francisco, para quien el modelo cooperativo “corrige ciertas tendencias propias del colectivismo y del estatismo, que a veces son letales para la iniciativa privada; y al mismo tiempo, frena las tentaciones del individualismo y del egoísmo propios del liberalismo”.

En esta línea, me gusta pensar que no somos empresas con responsabilidad social, somos la responsabilidad social hecha empresa.

Y que somos, al fin y al cabo, la expresión más cabal de la comunidad organizada para controlar sus propios recursos, administrar democráticamente sus medios de vida y garantizar así el bienestar de los individuos, de las familias y de la sociedad en general.

En este punto, debemos ser claros: después de todas las dificultades atravesadas durante tantas décadas, todavía hoy la humanidad se debate si quiere avanzar realmente hacia un Futuro Sostenible en términos sociales, económicos y ambientales.

Vivimos en un planeta cuyos recursos naturales seguimos depredando sin piedad, en un mundo donde millones de personas no alcanzan los mínimos estándares para vivir dignamente, y transitamos un escenario de violencias que, en algunos lugares, están costando diariamente miles de vidas inocentes, además de una latente inestabilidad geopolítica que agrava todo lo anterior.

Si de verdad queremos construir un Futuro Sostenible, debemos apostar a modelos de organización económica y social que tengan en su ADN la solidaridad, la ayuda mutua y la equidad. Que pongan en manos de las comunidades el control democrático de los recursos, y que propendan naturalmente a la paz.

Creo que, a estar altura está más que claro, ese es el modelo cooperativo y no hay otro modelo que pueda revertir de manera integral, directa y eficiente los déficit sociales, económicos, ambientales y habitacionales que sufrimos hoy en día.

Esto podemos demostrarlo con hechos. Es la gestión socioempresarial de esas tres millones de cooperativas, arraigadas en los territorios, la que nos permite encontrar día a día soluciones locales a los desafíos globales.

Y es nuestra integración a escala global, a través de la Alianza Cooperativa Internacional, la que está poniendo esta herramienta a disposición de todos los actores del escenario internacional, desde Naciones Unidas y sus distintas instancias, hasta cada uno de los gobiernos que están allí representados, pasando por todos organismos intergubernamentales que existen en cada región.

En este sentido, todos sabemos que la propia ONU ha propuesto que el 2025 sea un nuevo Año Internacional de las Cooperativas.

En la resolución correspondiente de la Asamblea General, a mediados de este año, se deja claro que las cooperativas “promueven la máxima participación posible en el desarrollo económico y social de las comunidades locales y de todas las personas”.

También se alienta a los Estados Miembros a aprovechar este Año Internacional para “promover las cooperativas y sensibilizar sobre su contribución a la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y al desarrollo social y económico general”.

Ya en 2021, en la resolución 76/135 sobre las cooperativas en el desarrollo social, la Asamblea General invitaba a los Gobiernos, entre otras cosas, a “examinar la legislación y los reglamentos vigentes a fin de conseguir que el entorno jurídico y normativo nacional sea más propicio a la creación y el crecimiento de las cooperativas (…) especialmente en lo que respecta al acceso al capital, la autonomía, la competitividad y una tributación justa”.

Esto significa que los estados deben asegurar un tratamiento normativo, tributario y jurídico de acuerdo a la naturaleza de nuestras empresas, una naturaleza sin fines de lucro y con un impacto social y económico en las comunidades que muchas veces no es medido, o no es medible, para los parámetros clásicos de la contabilidad fiscal, pero que es extremadamente eficiente en la redistribución de recursos de manera equitativa en cada uno de nuestros territorios.

Podemos agregar también que, en su primera resolución sobre la Economía Social y Solidaria, el año pasado, también la ONU ponderó el rol de nuestras empresas para facilitar una transición justa mientras se trabaja en la adaptación al cambio climático y la mitigación de sus efectos.

Y no quiero dejar de mencionar el informe del Secretario General, Antonio Guterres, quien apoyándose en aquella resolución 76 que antes mencionaba, del año 2021, afirma que “para ayudar a las cooperativas a ser empresas sostenibles y pujantes, es preciso crear un entorno propicio que combine normas y reglamentos claros y otros servicios como las infraestructuras blandas y duras, la financiación a tipos de interés asequibles, redes empresariales y servicios de apoyo”.

Por último, creo que es muy oportuno recuperar del informe del secretario general de la ONU su mención a las cooperativas de salud, las cuales, dijo Guterres, “han estado prestando servicios sanitarios a sus miembros y sus comunidades de distintas maneras durante los últimos dos siglos sin interrupción, incluso en países que cuentan con un sistema de salud pública universal bien establecido”.

Y agregó que “las cooperativas de salud buscan la implicación de todos los colectivos vinculados, para lograr una gestión de costes y riesgos común y lograr la mejor calidad en la prestación asistencial”.

Las cooperativas de salud, concluyó, “han demostrado tener la capacidad de adaptarse a los nuevos contextos socioeconómicos y han demostrado su idoneidad a la hora de dar solución a nuevas necesidades”.

No quiero extenderme con citas a resoluciones o declaraciones internacionales, pero bien sabemos nosotros, y debemos hacerlo saber a quienes tienen responsabilidades públicas, que no solo las máximas instancias de la ONU sino también la OIT, la FAO, la OCDE y otras organizaciones internacionales vienen poniendo sistemáticamente a las cooperativas en un lugar de vanguardia para acelerar el desarrollo sostenible.

Y que, de cara a un nuevo Año Internacional de las Cooperativas, no solamente queremos que reconozcan nuestro aporte a un futuro más justo e inclusivo, sino que nos garanticen políticas y marcos favorables al pleno desarrollo de nuestro modelo socioempresarial, para de esa manera aumentar nuestra contribución al bienestar individual y colectivo de nuestros asociados, nuestras familias y comunidades.

Sé que en este país está en debate la implementación de una reforma tributaria que afecta de algún modo a distintos tipos de cooperativas, entre ellas las de salud. Confío en que las autoridades públicas tomarán nota de las sucesivas indicaciones de Naciones Unidas y otros actores internacionales para garantizar marcos acordes a la naturaleza de la empresa cooperativa.

Sabemos que nuestra propia estructura jurídica permite que los excedentes que se generan en nuestra actividad se vuelquen directamente hacia un mayor bienestar de los asociados y de las comunidades en general.

Nuestra contribución social es desde el seno mismo de la sociedad. Los estados deben aprovechar esa ventaja diferencial de nuestro sistema, dejando fluir los recursos de las comunidades hacia las mismas comunidades.

Como decía anteriormente, no estamos en un contexto sencillo. En nuestra región de América Latina y el Caribe, apenas se han cumplido 17 % de las metas de la Agenda de Desarrollo Sostenible. Y nuestros países en conjunto están en condiciones de alcanzar apenas el 22% de esas metas en 2030, de acuerdo con estimaciones de la Cepal.

Vivimos en una región donde actualmente 42,5 % de los niños y adolescentes viven en condiciones de pobreza, lo cual tiene resultados directos en el ámbito sanitario.

Un dato relevante para el tema que nos convoca aquí: el gasto en salud fue es 8.14 del PIB en 2021 y según el Banco Mundial, por lo menos 41% de lo que gasta la gente en salud es de su propio bolsillo.

¿Hacia qué modelo sanitario, entonces, estamos yendo? ¿De qué manera vamos a llegar más rápido y más directo hacia un sistema donde la salud y el bienestar estén garantizados para las grandes mayorías de la población, que tienen dificultades de acceso o directamente no encuentran una cobertura satisfactoria en nuestros países?

Retomando lo que decíamos al comienzo, ¿puede el mercado por sí solo regular ese acceso? ¿Puede el Estado por sí solo garantizarlo?

Las más de 330 cooperativas integradas en el Sistema Unimed, compuestas por un universo total de más de 115 mil profesionales médicos, con casi 20 millones de usuarios, más de 29 mil hospitales, clínicas y servicios acreditados, y 163 hospitales propios, tienen la respuesta.

Indudablemente, es el modelo socioempresarial cooperativo el que ofrece una respuesta más eficiente, sostenible y satisfactoria para ir hacia sistemas de salud y bienestar acordes a las demandas de nuestro tiempo, no solo en países como Brasil o en regiones como Latinoamérica sino a nivel mundial.

Está aquí con nosotros el colega y amigo Carlos Zarco, presidente de la organización sectorial de salud en la ACI, quien seguramente expondrá de manera detallada la potencia del cooperativismo de salud en el mundo, pero puedo adelantarles que en decenas de países son las cooperativas las que responder de manera más clara a las emergentes demandas sociosanitarias de la población.

Quedó más que claro durante la pandemia, pero es también claro hacia adelante que las distintas partes interesadas en que haya sistemas de atención, prevención y tratamiento robustos, solidarios e inclusivos, tienen en el cooperativismo la mejor herramienta para hacerlo.

Tenemos muchos desafíos por delante. La transformación digital, la robotización e incluso la inquietante inteligencia artificial ponen en jaque los modos de producción y consumo como los conocíamos hasta hoy.

Entre ellos, los modos en que nos cuidamos. Precisamente, en la economía del cuidado también las cooperativas están mostrando resultados extraordinarios, dándole el poder a usuarios y a cuidadores, a médicos y pacientes, a través de distintos modelos que pueden hacer de ese vínculo una relación mucho más equitativa.

Y, a la hora de introducir nuevas tecnologías, es clave seguir haciéndolo desde una matriz acorde con nuestros principios y valores, sabiendo que en esa raíz doctrinaria esta nuestra fortaleza, desde hace dos siglos, ahora y en el futuro.

No podemos innovar de manera automática, sin considerar de qué manera afecta esa innovación a nuestra relación con los asociados y al cumplimiento, en definitiva, de nuestros siete principios.

Esos principios, puestos en acción, son justamente la llave para seguir siendo protagonistas de las principales transformaciones que el mundo requiere en este momento.

Transformaciones audaces, sí, pero con anclaje en el real bienestar de las personas, de las que actualmente habitamos el planeta y de las próximas generaciones.

Eso es Desarrollo Sostenible, y eso es ni más ni menos que desarrollo de una economía cooperativa, centrada en las personas y el ambiente, como lo sabemos hacer y lo seguiremos haciendo

Queridos amigos y amigas Unimed, quiero sinceramente felicitarlos por el gran trabajo que realizan y por la enorme trayectoria que demuestran desde hace casi seis décadas.

Porque no solamente expresan una propuesta solidaria e integrada de salud y bienestar, que pone en valor la noble tarea de los profesionales de la medicina, sino que dan respuestas a millones de personas día a día, a lo largo y ancho del vasto territorio de su país.

Este es el camino. Y es un placer andarlos juntos.

Los invito a seguir construyendo un paradigma de salud y de bienestar que se distinga en nuestra región y en el mundo por su eficiencia y, sobre todo, por su naturaleza solidaria, democrática y cooperativa.»