Conferencia sobre El Futuro del Cooperativismo durante la 51° Conferencia Nacional organizada por la cooperativa médica Unimed, que celebró así sus 55 años.

«Atravesamos un escenario de incertidumbres. Producto de distintos sucesos que vienen ocurriendo, aumenta en el Mundo la dificultad de millones de familias para acceder a bienes básicos para la vida.

Si antes de la pandemia la mitad de la población mundial estaba privada de servicios de salud esenciales, podemos pensar que esa cifra se ha agravado, a la par de las complejidades que nos depara el actual escenario en términos de provisión de alimentos y de energía, entre otros bienes que son indispensables para el normal funcionamiento de cualquier comunidad, en cualquier lugar del mundo.

Por cierto, no tengo que contarles a ustedes lo que significó la pandemia. Las cooperativas de salud han estado en la primera línea de contención ante lo que fue la mayor catástrofe sanitaria de la era global.

Desde ya, la pandemia tuvo también efectos económicos y sociales que nos atravesaron a todos, en mayor o menor medida. Las cooperativas también respondimos a las demandas extraordinarias que surgieron en materia de financiamiento, producción, consumo, hábitat, educación y telecomunicaciones, entre otros ámbitos.

Demostramos una vez más nuestra resiliencia en momentos de crisis, pero demostramos algo más. La capacidad de nuestro modelo de ser al mismo tiempo económicamente eficiente y socialmente responsable.

Y demostramos, finalmente, que a la salida de una crisis de tal magnitud podemos: 1) encontrar un tejido social y económico debilitado, fragmentado y con desigualdades acentuadas respecto de la pre-pandemia o bien 2) podemos consolidar un paradigma cooperativo, que nos permita construir un Mundo social, económica y ambientalmente sostenible. Y podríamos agregar, sin dudarlo, sanitariamente sostenible.

Seguramente estamos de acuerdo en la segunda opción. Y estaremos de acuerdo también en que esto no podemos hacerlo solos, pero tampoco va a ocurrir sin nuestro involucramiento como actor clave de una alianza global por el desarrollo sostenible, donde hemos de confluir con otros actores del sistema internacional y también con quienes transforman día a día la vida de millones de personas en cada territorio, en cada comunidad.

La Alianza Cooperativa Internacional es el organismo de representación de todo el cooperativismo mundial. Fundada en 1895, es una de las organizaciones no gubernamentales más antiguas y es la primera entidad no gubernamental que recibió estatuto consultivo en Naciones Unidas, donde es cada vez más escuchada.

En efecto, venimos consolidando fuertemente los vínculos con organizaciones como la OIT y la FAO. A nivel continental, está haciendo lo propio nuestra regional, Cooperativas de las Américas, en diálogo con la Cepal, con el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura… entre otros organismos.

Hemos lanzado el año pasado una Coalición Internacional de la Economía Social y Solidaria junto con otras que integran a organismos de nuestro sector y del ámbito público, como gobiernos locales, con los cuales podemos trabajar juntos para que el impacto de este modelo sea efectivo en cada territorio.

Con presencia en más de 100 países, la ACI está organizada con una Oficina Global con sede en Bruselas, cuatro organizaciones regionales (África, América, Asia-Pacífico y Europa), ocho organizaciones sectoriales globales (agricultura, banca, comercio minorista, pesca, salud, vivienda, seguros e industria y servicios), y cinco comités temáticos (género, investigación, derecho, juventud y desarrollo).

La ACI es la Casa Común de 1.200 millones de miembros de 3 millones de cooperativas en todos los continentes, en las que trabajan cerca de 280 millones de personas, casi el 10% de la población mundial ocupada. Esto significa un gran desarrollo a nivel social pero también un potencial a nivel económico, ya que la facturación de las 300 cooperativas más grandes es de 2.1 trillones de dólares, lo que es equivalente a la sexta economía del mundo.

Eso nos posiciona como un actor central en el escenario global, un actor protagónico surgido desde la sociedad civil organizada para construir su propio futuro económico, social y cultural. Y es precisamente esto último lo que nos distingue.

Podemos mostrar miles de experiencias de probada trayectoria en materia de trabajo asociado, de producción agropecuaria o industrial, de consumo, de circuitos de ahorro y crédito, de servicios públicos…

En definitiva, somos hoy la mayor red global de empresas hermanadas por una Identidad basada en valores y principios comunes, arraigadas en cada comunidad y orientadas centralmente hacia el bien común.

Mi propuesta es que vivamos nuestra Identidad, que pongamos nuestros principios cooperativos en acción, tal como titulé mi último libro. Es decir, tenemos que trabajar la letra de nuestra Identidad, tenemos que debatir y llegar a acuerdos que nos permitan documentar todo aquello que entendamos que nos representa como modelo económico y social al servicio de las comunidades.

Esa fue la propuesta que llevamos adelante en el 33° Congreso Cooperativo Mundial, realizado del 1 al 3 de diciembre pasado en Seúl. Allí nos congregamos más de mil 500 cooperativistas para pensar cómo nuestra Identidad nos atraviesa en todos los ámbitos de actuación.

Guiados por la Declaración de Identidad Cooperativa aprobada en Manchester, en 1995, y por las Notas Orientativas presentadas en 2015, hoy estamos pensando cómo seguimos profundizando esa Identidad y cómo hacemos que siga siendo un instrumento para incidir en cada uno de nuestros países, en cada región y a escala global.

También nos sentimos fuertemente comprometidos con nuestra marca, que se expande digital y territorialmente y que nos identifica hacia adentro y hacia afuera de nuestro movimiento. Ahora bien, además de esto, debemos poner nuestra Identidad en juego en cada acción económica y social que llevamos adelante. Y lo estamos haciendo.

Como decía antes, las cooperativas han atravesado la pandemia con las mismas dificultades que casi todas las empresas y organizaciones, pero han permitido que sus asociados y las comunidades en general pudieran vivir en el aislamiento sin que les faltaran nada. Han permitido afrontar el drama sanitario y económico desde un paradigma de solidaridad que es propio de este modelo, y que es el faro para construir en adelante un futuro sostenible, sin dejar a nadie atrás.

Si logramos avanzar en este sentido, demostraremos que la Identidad Cooperativa no es simplemente una cuestión declarativa, sino que además es la brújula para orientar día a día el trabajo con nuestros asociados, con nuestras comunidades, con los gobiernos y otros actores de la sociedad con los cuales tenemos que tejer alianzas para construir un Mundo más justo, más inclusivo y en paz.

Desde esta perspectiva es que podemos ofrecer alternativas de probada eficacia en distintas esferas donde la humanidad requiere modelos que porten el ADN del desarrollo sostenible.

Por ejemplo, en el ámbito de la producción agroalimentaria, en el marco de los ODS 2 (hambre cero) y 12 (producción y consumo responsable).

La ACI, a partir de la fuerte presencia de cooperativas agropecuarias y de cooperativas de consumo, puede tener un papel muy activo en la construcción de cadenas globales éticas, con fuerte presencia de los consumidores y productores, que de alguna manera lideren el proceso de transformación que requiere el sistema agroalimentario para ponerse en línea con los ODS.

Somos el mejor modelo empresario para liderar el proceso de trasformación del sistema agroalimentario que requiere el desarrollo sostenible, a partir de la defensa de los intereses de los productores (interesados en la sostenibilidad de su ecosistema) y de los consumidores (interesados en la salud y la seguridad alimentaria).

Venimos trabajando arduamente con la FAO, con la cual firmamos un Memorando de Entendimiento, así como con el FIDA –en América hay un buen trabajo con el IICA, como ya mencionamos- para posicionar a escala global la necesidad de democratizar los sistemas agroalimentarios y permitir que todas las personas puedan acceder a alimentos sanos y a precio justo, satisfaciendo y dignificando al mismo tiempo las condiciones de vida de quienes producen esos alimentos.

No debemos olvidar que todavía en nuestro planeta hay 810 millones de hermanos y hermanas personas que pasan hambre.

Que gran parte de las personas que viven en situación de pobreza son aquellos pequeños productores vinculados a la agricultura de subsistencia.

Las crisis alimentarias, junto con la violencia y las catástrofes climáticas, son, además, el origen de los procesos de migración involuntaria, que son la base de gran parte de la violencia que está atravesando a muchas de nuestras comunidades.

Es necesario que las cooperativas acompañemos, en cumplimiento de nuestro séptimo principio, este enfoque sistémico que nos está proponiendo la FAO. 

Nuestras cooperativas de consumo, las cooperativas agropecuarias, las cooperativas de ahorro y crédito que financian la actividad rural, y las cooperativas de servicios eléctricos rurales son claves para la transformación del sistema agroalimentario que el cumplimiento de los ODS requiere.

Todas, en cumplimiento de séptimo principio, deben sentirse parte de la transformación del sistema agroalimentario.

Esto tiene un verdadero impacto en la salud de las personas, tanto como lo tiene también el modelo cooperativo en la provisión de servicios públicos, por ejemplo en el servicio de agua potable. Conozco pequeños pueblos y localidades en mi propio país donde no habría un sistema seguro de provisión de agua corriente y de saneamiento si no hubiese cooperativas de vecinos que en su momento eligieron este modelo de auto organización para garantizarse algo tan básico.

El modelo cooperativo de vivienda también tiene probada trayectoria en la construcción de hábitat sostenible, permitiendo no solamente el acceso a un techo digno si no también a un entorno saludable.

En ámbitos rurales y urbanos, existen distintos modelos de vivienda cooperativa que son un ejemplo para pensar un futuro sostenible desde el punto de vista de la salud.

En nuestra región existen de hecho muchas experiencias al respecto. Y también las hay en otras regiones.

En pocos días voy a viajar a Egipto, donde ya he estado en anteriores oportunidades y he visto en persona la potencia del cooperativismo de vivienda, al punto tal que se ha vuelto un actor protagónico en la construcción de la nueva capital de ese país.

Si, como escuchan, Egipto está construyendo cerca de El Cairo, en pleno desierto, una ciudad nueva, y las cooperativas están encargadas de una gran parte de ese proyecto, por su eficiencia en la construcción de viviendas y por su modelo de sostenibilidad habitacional que ya tiene varias décadas de trayectoria en ese país.

Y como nuestra capacidad es integral, en virtud de la diversidad de ramas en las que nos desempeñamos, precisamente nos han pedido asesoramiento en la experiencia de cooperativismo de agua y saneamiento.

Eso permite la virtuosa red que conformamos a escala global y que se expresa en términos de organización política e institucional en la ACI. Intercambiamos experiencias, nos ayudamos mutuamente, aprendemos unos de otros y potenciamos nuestros desarrollos en cada país, en cada región y a escala global en razón de ser un modelo universal integrado por sus principios y valores y nutrido por la enorme trayectoria y conocimiento acumulado a lo largo de dos siglos, en distintos rincones del planeta.

Finalmente, en el rubro exacto de la salud, encontramos ejemplos como el de Unimed, que expresan la capacidad del modelo cooperativo como herramienta organizativa en el sector salud, que protege a los profesionales, fortalece los sistemas de salud y contribuye a la Cobertura Universal de Salud, especialmente en países de medianos y de bajos ingresos.

A partir de la experiencia desarrollada durante la pandemia, nos hemos propuesto profundizar a través de una participación activa de la IHCO el diálogo con la OMS para lograr avances en la cooperación entre los sistemas cooperativos y los sistemas públicos de promoción de la salud.

Desde los organismos internacionales se viene impulsando desde hace muchos años la necesidad de esfuerzos de cooperación entre los gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y sector empresario para dar una respuesta articulada a los problemas de la alimentación y la salud. 

Antecedentes significativos en este sentido son la Declaración de Roma, aprobada en la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición, de 2014. Allí estos los ministros y representantes de los Miembros de la Organización de la FAO y la OMS, se comprometieron, entre otros temas a “promover sistemas alimentarios sostenibles mediante la formulación de políticas públicas coherentes desde la producción hasta el consumo y en los sectores pertinentes para proporcionar acceso durante todo el año a alimentos que satisfagan las necesidades nutricionales de las personas y promover una alimentación saludable, diversificada e inocua”.

En un sentido similar se había expresado la OMS en su Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud, aprobada en su Asamblea de 2004, donde señalaba la importancia de garantizar alimentación saludable y actividad física para reducir las enfermedades no transmisibles, principal causa de mortalidad y morbilidad a nivel mundial. 

Allí se planteaba la necesidad de estrategias globales, regionales, nacionales y locales vinculadas a articular los temas alimentarios y de salud, con la participación de las múltiples partes interesadas, los gobiernos, la sociedad civil y las empresas del sector privado, e invitando a la cooperación internacional para el “desarrollo, el ensayo y la difusión de modelos para la participación comunitaria que abarquen la producción local de alimentos, la educación nutricional y física y la sensibilización de los consumidores”.

Las cooperativas, por ser organizaciones de la sociedad civil que han organizado empresas para satisfacer las necesidades comunes de sus asociados, y como organizaciones que responden a distintas partes interesadas (consumidores, trabajadores, productores, comunidad), se encuentran en óptimas condiciones para contribuir a un trabajo de carácter territorial y multiactoral, orientado a la transformación del sistema agroalimentario que requiere la salud de las personas y del planeta.

En efecto, nuestra organización sectorial de Salud, la IHCO, lleva más de 25 años poniendo en primer plano la potencia del cooperativismo en este ámbito. Como ustedes saben bien, nuestro modelo es un ejemplo en el cuidado de la salud de las personas a partir de su capacidad para gestionar centros de salud y para poner en valor también la labor de médicos y de todos los profesionales que intervienen en el sistema sanitario.

Las cooperativas pueden ofrecer servicios médicos en sentido estricto (es decir, realizados por médicos) y/u otros servicios profesionales (por ejemplo, servicios de enfermería, fisioterapia, quiropráctica, servicios dentales, higiene, y su papel no se limita al tratamiento y cura de enfermedades, sino que también cubre las medidas preventivas, paliativas y servicios de rehabilitación.

Las más de 300 cooperativas que forman parte de Unimed dan muestra de la enorme diversidad que puede haber en el cooperativismo médico.

Otra área de actividad de varias cooperativas es la emergencia paramédica y servicios de transporte de ambulancias. Por ejemplo, la Cooperativa de Ambulancieros de Quebec, Canadá.

Otras como la Cooperativa Aborigen Budja Budja, en Australia, tiene una amplia gama de servicios para las comunidades aborígenes, tales como controles de salud, servicios dentales, optometría, prescripción y revisión de medicamentos, planes de atención de enfermedades crónicas, servicios de salud mental, servicios de transporte clínico, entre otros.

Nuestro modelo, innovador por naturaleza, también se muestra como una herramienta capaz de involucrar en la gestión de la salud a todos quienes pueden y deben interesarse en ello.

A nivel global, a través de la IHCO, y basado en experiencias que ya existen en algunos lugares, podemos plantear la posibilidad de organizar cooperativas con múltiples partes interesadas, cooperativas Multistakeholder.

Allí pueden estar asociados los trabajadores de la salud, los propios usuarios, otros actores de la comunidad vinculados a la tarea de cuidados, e incluso los gobiernos municipales, entre otros.

Hace muy poco en mi país, ha sido aprobado un estatuto pionero en este sentido, de una cooperativa dedicada a la inclusión sociolaboral de personas con problemas de salud mental. Desde el propio movimiento cooperativo se ha impulsado este tipo de estructura que permite asociar en una empresa común a trabajadores usuarios del servicio de salud mental, a los profesionales del centro de salud pública que los atiende y a otros socios colaboradores, como pueden ser familiares o allegados a los propios pacientes. El Inaes, el órgano nacional que fiscaliza a las cooperativas, ha aprobado este modelo de gobernanza y lo tomado como un antecedente de futuras estructuras cooperativas que pueden incluir en su estatuto a distintas partes interesadas.

En razón de esta y otras experiencias que emergen en distintos lugares, creo que en la llamada economía del cuidado requiere un protagonismo activo del cooperativismo para que el cuidado de la salud de las personas pueda ser asumido por los principales interesados, que no sea un bien que cotiza en bolsa sino una necesidad humana que puede ser satisfecha poniendo precisamente a las personas en el centro de la escena, sin dejar a nadie afuera y sin dejar a nadie atrás.

Y así es como doctores, enfermeros, paramédicos, terapistas, y muchos otros profesionales de la salud pueden llegar a encontrar herramientas de gestión asociativa con otros actores de su comunidad que permitan hacer efectivo el derecho a la salud.

Debemos decir también que las cooperativas son una voz fundamental a la hora de difundir información sensible para prevenir enfermedades y cuidar a la población, en tiempos donde proliferan informaciones carentes de garantía. Esto fue claro sobre todo al comienzo de la pandemia del Covid-19, cuando nuestras empresas no solo se pusieron al frente de la atención ante el avance del virus sino que informaron adecuadamente acerca de los cuidados y el tratamiento necesarios para evitar ese avance.

Finalmente, como señala la IHCO, las cooperativas del sector de la salud no sólo ofrecen una alternativa a los servicios públicos y privados, sino también puede ampliar la oferta de servicios para lograr el acceso universal a la salud y paliar costos financieros y administrativos para muchos sistemas de salud pública.

Esto ha sido reconocido por el Informe del Secretario General de la ONU sobre las Cooperativas en Desarrollo donde afirma que “la pandemia de covid-19 ha provocado un repentino y aumento masivo de la demanda de servicios de salud y cooperativas de salud en muchos estaban listos para brindar apoyo, aliviando algunas de las presiones que enfrentaban sistemas públicos de salud”.

Este reconocimiento nos confirma que nuestro modelo es el más apto para que en nuestras localidades, en nuestras regiones, en nuestros países y a escala global adoptemos un enfoque de la salud basado en la comunidad, resistente y sostenible.

Sin embargo, decimos que para asegurar el desarrollo de este potencial necesitamos políticas y regulaciones activas que respeten, promuevan y reconozcan esta naturaleza particular del modelo cooperativo.

En este sentido, debemos decir orgullosos de que nuestro modelo es virtuoso porque está asentado sobre una Identidad única, con principios y valores que, puestos en acción, le dan una ventaja comparativa respecto de otros modelos. Dijimos también que por eso mismo, y por estar arraigados en cada comunidad, somos más resilientes en momentos de crisis.

Ahora bien, debemos también reconocer que poner nuestros principios en acción y demostrar efectivamente las ventajas del cooperativismo respecto de otros modelos implica hacernos cargo de muchos desafíos que tienen que con la gestión empresaria de este modelo.

Una gestión que también debemos medir de acuerdo a la naturaleza especifica del modelo cooperativo.

En este sentido, vale la pena destacar que los cooperativistas siempre hemos sido líderes en innovación empresarial.

Nuestra principal innovación fue hacer que nuestras empresas sean controladas por los usuarios de los servicios y no por el capital. Esa fue la clave para cambiar lo lógica del mundo empresario. Por eso podemos poner el centro en las personas, en su salud, y en la salud del ambiente. 

Pero las cooperativas, como cualquier otra empresa necesitan capital. Y por ser entidades privadas, cuyo primer principio es la asociación libre y voluntaria, requieren que alguien libre y voluntariamente esté dispuesto a aportar ese capital. 

Necesitan capital pero sin capitalistas. Necesitan capital, pero sin otorgarle derechos, o al menos con muchos menos derechos de los que contaría en una empresa orientada al lucro. 

Frente a esta tensión, desde la ACI trabajamos en dos líneas de acción: En primer lugar de cara a los gobiernos y los organismos internacionales. Como lo he repetido en muchos foros de organismos intergubernamentales, como la FAO y la OIT, las cooperativas están dedicadas a servir a las personas y no a maximizar el beneficio de corto plazo, y por lo tanto no están en condiciones de competir con los rendimientos inmediatos que hoy promueve el sistema financiero.

Por eso, si los gobiernos y los organismos internacionales creen que es importante el desarrollo de un fuerte sector del cooperativismo en todas las áreas, como plantea la recomendación 193/2002 de la OIT, y como expresan innumerables documentos de la ONU, la OIT, la OMS o la FAO, entonces tiene que haber una política muy clara de aplicación de los fondos públicos, y de orientación de los fondos del sistema financiero, para que nuestras organizaciones no tengan problemas de financiamiento. 

Es falso decir que se promueve el cooperativismo, sino se garantizan condiciones de financiamiento que reconozcan su carácter no lucrativo. Si no se orienta al sistema financiero, a partir de regulaciones adecuadas, para que financie empresas como las nuestras, que por su naturaleza no lucrativa pueden contribuir en forma decisiva al cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible. 

Eso es lo que decimos, de cara a los gobiernos y los organismos internacionales. Pero sabemos que no alcanza. Realizar una gestión eficaz de nuestras cooperativas requiere ser también eficientes en nuestra gestión financiera. Ser eficientes en la gestión de los servicios a nuestros asociados debe incluir también ser eficientes en la gestión del capital de nuestros asociados. 

Este es un tema de debate permanente en la ACI. Es uno de los ejes principales en todos nuestros debates, y está presente en cada uno de nuestros planes de acción: la búsqueda de herramientas innovadoras para la incorporación de capital en nuestras cooperativas. 

Cuando decimos que nuestras empresas son participativas pensamos en dos de nuestros principios. Por un lado, nos referimos al segundo principio, que dice que las cooperativas son organizaciones democráticas controladas por sus miembros, quienes participan activamente en la definición de las políticas y en la toma de decisiones. 

Por otro lado, cuando decimos que somos empresas participativas, nos referimos también al tercer principio, que es, precisamente, el de participación económica de los miembros. Ese principio dice que los miembros contribuyen de manera equitativa y controlan de manera democrática el capital de la cooperativa. 

La cooperativa es participativa si los miembros participan en la gobernanza (segundo principio) y si también contribuyen a su capital (tercer principio).  

Si los miembros de la cooperativa no se sienten dueños de la empresa, responsables de contribuir a su capitalización, entonces estamos fallando como empresa participativa. Las mujeres y hombres del cooperativismo deben participar de los beneficios de ser asociados, de la gobernanza y también deben participar en la construcción del patrimonio que requiere su empresa. 

Pero para lograr eso, debemos contar con sistemas de capitalización previsibles, donde el asociado sepa cuál debe ser su esfuerzo de capitalización, y donde se le garantice que el esfuerzo será equitativo, y que se cuidará el valor de ese capital. 

A partir de esas premisas hay muchas herramientas para pensar e innovar, dentro los marcos normativos de cada uno de nuestros países. La búsqueda de proporcionalidad entre servicios y capital, la distribución de retornos en efectivo una vez alcanzados los objetivos equitativos de capitalización, la formación de reservas irrepartibles a partir de una gestión financiera eficiente, la actualización del valor del capital o la capitalización de los ajustes por inflación, son distintas alternativas que exploramos en el contexto de cada uno de nuestras realidades, y que siempre deben estar orientadas a facilitar el desarrollo de nuestras empresas y a profundizar su carácter participativo. 

Y ya que estamos hablando de participación, no quiero desaprovechar esta oportunidad para señalar el enorme desafío de garantizar la gobernanza democrática en nuestras organizaciones de mayor tamaño. 

Los cooperativistas no le tenemos miedo a la escala, sabemos, desde nuestros inicios, que la escala es indispensable para garantizar servicios eficientes. Por eso uno de nuestros principales desafíos es demostrar que la democracia y la gestión participativa son posibles en organizaciones de gran escala. Hoy tenemos nuevas oportunidades en este terreno de la mano de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. 

En la VI Cumbre Cooperativa de las Américas, donde nos estaremos encontrando en pocos días, en Asunción, está incluido este tema. En el marco de su primer eje de discusión, dedicado a la Identidad Cooperativa, los organizadores nos están proponiendo debatir la transformación digital como un camino hacia una gestión más transparente y participativa. 

Este es uno de los principales desafíos que tenemos como movimiento. Demostrar y demostrarnos que somos un camino eficaz para democratizar la economía a partir de la gestión democrática de nuestras empresas. Estoy seguro que organizaciones como Unimed tienen mucho para enseñarnos en este sentido, y creo que este es un eje de trabajo muy provechoso para debatir juntos, entre todas las grandes empresas cooperativas que se encuentran integradas en la ACI. 

Las Naciones Unidas han puesto la Salud y el Bienestar como un Objetivo de Desarrollo Sostenible, el número 3 para ser preciso, a partir de un diagnóstico que me gustaría compartir con ustedes antes de cerrar esta presentación: Dicen las Naciones Unidas que en las últimas décadas «se consiguieron grandes avances en la mejora de la salud de millones de personas. En concreto, estos grandes avances se alcanzaron al aumentar la esperanza de vida y reducir algunas de las causas de muerte comunes asociadas con la mortalidad infantil y materna”. Sin embargo, advierte, “se necesitan más esfuerzos para erradicar por completo una gran variedad de enfermedades y abordar un gran número de problemas de salud, tanto constantes como emergentes.”

Entre las metas que nutren a este Objetivo de Desarrollo Sostenible, se propone para el 2030 “lograr la cobertura sanitaria universal, en particular la protección contra los riesgos financieros, el acceso a servicios de salud esenciales de calidad y el acceso a medicamentos y vacunas seguros, eficaces, asequibles y de calidad para todos”.

Asimismo, se apunta a “reforzar la capacidad de todos los países, en particular los países en desarrollo, en materia de alerta temprana, reducción de riesgos y gestión de los riesgos para la salud nacional y mundial”.

Creo que todo lo dicho aquí, y fundamentalmente, la enorme experiencia que tiene el cooperativismo en materia sanitaria a nivel global y en cada país, lo que se puede ver reflejado en este caso en esta magnífica convención que reúne la potencia del cooperativismo médico de Brasil integrado en Unimed, nos da la pauta de que el cumplimiento de estas metas y de ese objetivo necesita del impulso cooperativo.

Ni los Estados ni el mercado pueden asegurar por sí solos la cobertura de salud de manera segura y digna para todas las personas, en un Mundo que presenta cada vez más desafíos. Nuestro aporte en ese sentido es indispensable.

El valor del cooperativismo médico está escrito en la historia y el futuro está en nuestras manos.”