Congreso Nacional de Fondos de Empleados, organizado por la Asociación Nacional de Fondos de Empleados, de Colombia, el 24 , 25 y 26 de septiembre:
«Quisiera comenzar señalando que en este 2020 tan particular que nos toca atravesar a todos, la Alianza Cooperativa Internacional está cumpliendo 125 años.
Esta organización, que yo considero que es la Casa Común de todos los cooperativistas, está integrada hoy por 315 organizaciones en más de 110 países de todos los continentes.
Estos países se agrupan en cuatro regiones (Américas, Europa, África y Asia-Pacífico), que como ustedes saben tienen su propia estructura orientada al desarrollo de las políticas de la ACI en cada una de esas regiones.
Por otro lado, tenemos ocho organizaciones sectoriales, que nuclean a cooperativas de todo el mundo dedicadas a rubros como el trabajo, los servicios y la producción industrial; la producción agropecuaria; la salud; las finanzas; los seguros; la pesca; el consumo y la vivienda.
Finalmente, existen en la ACI cuatro comités temáticos: Género, Investigación, Legislación y Desarrollo, y una Red Mundial que es la que agrupa a la juventud.
Ahora bien, ¿qué hay detrás de esta arquitectura institucional, cuya gobernanza recae en la asamblea general y, luego, en el Board mundial, donde están representadas también las regiones, los sectores, el comité de equidad de género y la red de juventud?
Hay un movimiento económico y social formado por más de 3 millones de cooperativas, 280 millones de trabajadores, y más de 1200 millones de miembros, lo que representa la mayor red global de empresas construidas desde los territorios, en base a valores y principios que resultan muy poderosos para construir sostenibilidad.
Desde que fui electo presidente de la ACI en noviembre de 2017, he intentado llevar adelante nuestra propuesta, la que fue legitimada con el voto de todos los miembros en Kuala Lumpur hace casi tres años.
Una propuesta que nació del seno de este continente y que tengo el privilegio de encabezar, pero que siento que llevo adelante junto a todos ustedes.
Esa propuesta estaba orientada a construir una ACI más cercana a los miembros, más integrada hacia el interior de la organización, pero también con las otras organizaciones de representación internacional y con los otros actores de la ESS, de manera de ir generando mayor visibilidad, mayor capacidad de incidencia y mayor representatividad a la hora de enfrentar los grandes desafíos globales que hoy enfrentamos como humanidad.
Y eso es lo que hemos tratado de hacer. Me gusta decir que las organizaciones como la ACI necesitan “pastores con olor a oveja”, como ha señalado nuestro Papa Francisco, líderes que recorran los territorios, que vean de primera mano la transformación que hacen las cooperativas en sus comunidades.
Hasta que la pandemia nos sorprendió y nos obligó a aislarnos en nuestros hogares, visité más de 50 países y tomé contacto con alrededor de la mitad de los miembros de la ACI.
También me reuní con los líderes de las principales organizaciones internacionales como la OIT. la FAO, el FIDA, Naciones Unidas, con los cuales hemos firmado memorandos de entendimiento, y venimos trabajando en forma conjunta.
Desde marzo, estamos todos obligados a vernos y conversar a través de las pantallas, pero seguimos en ese camino.
Porque tenemos grandes desafíos por delante. Tenemos una Agenda 2030 que nos invita a enfrentarlos de manera conjunta.
Como hemos dicho tantas veces, los Objetivos de Desarrollo Sostenible han sido adoptados como propios por la ACI y por sus organizaciones miembro, e incluso están incorporados en la planificación estratégica que hemos aprobado para la próxima década, pero lo más importante es que están expresados en el trabajo diario que hace cada cooperativa en su territorio, junto a su comunidad, como lo venimos haciendo hace casi 200 años, porque forman parte de nuestro ADN.
Esto ha quedado demostrado, una vez más, al ver el comportamiento de las cooperativas durante la pandemia.
Por la propia trayectoria de nuestro modelo empresarial, por su resiliencia, su identidad basada en valores y principios, y por su tendencia natural hacia la intercooperación, las cooperativas somos clave en la Alianza Global Para el Desarrollo Sostenible que propone Naciones Unidas en su ODS N° 17.
Creo que, todos juntos, somos parte de un movimiento único en el Mundo, capaz de transformar la realidad de nuestras comunidades día a día, y que en este momento tan complejo debemos invitar al resto de las personas que no son parte de este movimiento a caminar junto con nosotros hacia un horizonte de cooperación, de paz, de inclusión y de justicia social.
Al igual que todo el mundo, esta crisis que comenzó siendo sanitaria, pero que se convirtió rápidamente en crisis económica, social, ambienta, y cultural, las empresas cooperativas han sido duramente golpeadas por el freno de la actividad económica en prácticamente todos los países
Sin embargo, en la ACI hemos relevado en los últimos meses la realidad de nuestros miembros a lo largo y ancho del planeta y, en realidad, no nos hemos sorprendido.
El compromiso con el que siguen trabajando al lado de cada una de sus comunidades, en este momento tan delicado, es el mismo que ha permitido a este movimiento transcender todas las fronteras y superar todos los vaivenes históricos ocurridos desde mediados del siglo XIX hasta ahora.
Hemos visto como las cooperativas dedicadas a la atención de la salud, en primer lugar, han puesto los valores y principios en acción para hacer frente a la pandemia,
Pero también las que se desempeñan en otros sectores están haciendo un gran aporte cuidando a sus asociados y manteniendo su compromiso con la comunidad.
Hablo de las que prestan servicios públicos aun cuando muchas familias no pueden pagar por ellos.
De las que brindan servicios financieros, que adaptaron sus instrumentos para sostener la producción de otras cooperativas y pymes, así como el consumo de las familias.
Hablo de las cooperativas de trabajo asociado, que resguardan las fuentes laborales en medio de un fuerte aumento del desempleo y la precarización.
De las que desarrollan tecnologías, que ayudan a mantener algo tan vital para todos sobre todo en estos momentos, como es la conectividad.
Hablo de las cooperativas que producen alimentos y otros bienes básicos para la satisfacción de las necesidades vitales en miles de pueblos y ciudades.
Todo eso nos habla de la resiliencia del modelo empresarial cooperativo y de la capacidad de dar respuestas cuando las personas más lo necesitan.
Ahora bien, esto no se da porque sí. Tiene que ver con nuestra Identidad.
Como quizá muchos de ustedes saben, además de los 125 años de la Alianza Cooperativa Internacional estamos celebrando en estos días los 25 años de la Declaración sobre la Identidad Cooperativa, aprobada durante el Congreso realizado por la ACI en Manchester, en 1995.
Esa declaración puso de relieve algunas cosas que hoy vale la pena rescatar.
Entre ellas, la definición de qué somos, cómo actuamos y para quiénes.
En esa Declaración quedó claro que las cooperativas somos empresas centradas en las personas, organizadas para satisfacer sus necesidades, y gestionadas de manera democrática.
En esa Declaración, además, incorporamos valores cooperativos y éticos a nuestra identidad.
Esto es muy importante, porque estos valores son compartidos por la enorme mayoría de las personas y a todas esas personas nosotros podemos decirles que el cooperativismo es la forma práctica y concreta de llevar esos valores al mundo de la economía.
Y por eso en este escenario, donde el Mundo se está jugando una parada muy difícil, estamos actuando de esta manera.
Me permito tomar dos ideas que expresó el Papa Francisco y considero muy apropiadas para pensar en cómo salir de esta situación compleja en que nos encontramos:
En primer lugar, “nadie se salva solo”. En este sentido, las cooperativas estamos llamadas por nuestra propia naturaleza a reactivar las economías sin dejar a nadie atrás.
En segundo lugar, “no saldremos igual de lo que entramos a esta crisis, o salimos mejores o salimos peores”.
Pienso que la única manera de salir mejores de lo que entramos a esta crisis es con empresas basadas en valores y principios cooperativos. Empresas donde no hay contradicción entre solidaridad, democracia y eficiencia. Saldremos mejor cooperando, no compitiendo.
Finalmente, quisiera recordar que en 1995 incorporamos el séptimo principio cooperativo, que dice que las cooperativas trabajan por el desarrollo sostenible de la comunidad. De alguna manera nos anticipábamos a la agenda que veinte años después propuso Naciones Unidas y con la cual deberíamos cumplir hacia el 2030.
No casualmente en la ACI hemos consignado en nuestro Plan Estratégico 2020-2030 la necesidad de transitar un camino centrado en las personas y orientado hacia el cumplimiento de los ODS.
Pensamos que este plan es una guía para consolidar el poder transformador que tenemos en cada uno de los territorios donde actuamos y que debemos fortalecer a través de la integración local, nacional, regional y global.
De esa manera, estaremos afianzando un paradigma cooperativo que el Mundo necesita hoy hacer propio, si queremos que el planeta tierra, esa Casa Común que todos habitamos, sea el lugar donde podamos vivir dignamente todas las personas, y donde también puedan hacerlo las próximas generaciones.
Decía antes que estos 125 años de trayectoria que estamos cumpliendo como organización madre del movimiento cooperativo internacional nos ponen en un lugar protagónico para afrontar los desafíos globales.
Desafíos que tienen que ver con revertir las inaceptables desigualdades económicas y sociales que imperan en muchos de nuestros países y a nivel global, desafíos que tienen que ver con la defensa del planeta, tan castigado por modos de producción y consumo irresponsables que los seres humanos venimos practicando, desafíos que tienen que ver con el trabajo decente, con la equidad de género, con la paz, con la democracia…
Sin dudas, a todas estas urgencias se suma ahora la cuestión sanitaria. Allí también las cooperativas tenemos mucho para aportar. De hecho, lo estamos haciendo, como contaba hace unos minutos.
Ahora bien, pensemos en la post-pandemia. Qué mundo vamos a tener cuando superemos por fin esta crisis sanitaria, económica y social.
Sin dudas, todos estamos aprendiendo a convivir con un virus mortal, que aún no podemos controlar y que se ha cobrado cerca de un millón de vidas en todo el mundo.
Pero en ese aprendizaje no está implícito que los humanos seamos necesariamente más solidarios entre nosotros, aun cuando ha quedado más claro que nunca el papel de la responsabilidad colectiva para salvar vidas.
Ni tampoco está implícito que seamos más cuidadosos de la Naturaleza, aun cuando la pandemia esté vinculada muy posiblemente al mal manejo de los recursos naturales que hacemos en pos de un modo de producción y consumo lineal, sin frenos.
En este contexto, creo que la crisis viene más que nunca de la mano de las oportunidades.
Hoy tenemos la oportunidad histórica de convertirnos en un actor protagónico a nivel global para construir, junto con otros actores, una nueva normalidad más justa, más solidaria, más inclusiva.
Debemos mostrarle al Mundo lo que estamos haciendo en cada localidad, en cada país, en cada región, para salir de la crisis cooperando, que es lo que sabemos hacer.
A pesar de todas las dificultades, del dolor y la incertidumbre que nos rodean, creo que están dadas las condiciones para consolidar el paradigma de la cooperación y ayudar a la humanidad a salir mejores de esta situación crítica.
Este tipo de respuestas sólo pueden darlas organizaciones de la comunidad, arraigadas en sus territorios, orientadas al bien común y basadas en valores y principios permanentes, que las sostienen de pie, a ellas y a los asociados que las integran, aun en las tempestades más fuertes.
Por eso creo que es momento de profundizar nuestra identidad, de poner más que nunca nuestros valores y principios en acción.
A partir de ese compromiso, tenemos propuestas concretas para desarrollar economías con raíces, que promuevan el trabajo decente; que abran la puerta a las nuevas generaciones para seguir innovando con base en la ayuda mutua y la cooperación.
Que ayuden a construir redes de cuidados con equidad de género y con el foco puesto en la dignidad de las personas que necesitan esos cuidados.
Tenemos propuestas para regenerar circuitos de producción y consumo responsables, que cuiden los recursos naturales y estén regidos por precios justos para el que produce y para el que consume.
Propuestas que pongan el ahorro local al servicio de los intereses de la economía real de cada comunidad.
Propuestas para construir una economía con raíces que, por último y no menos importante, sea el pilar para construir una paz positiva, una paz que no signifique nada más que la ausencia de violencia directa, sino que sea alimentada por relaciones inclusivas, solidarias y democráticas en cada una de nuestras localidades, en cada uno de nuestros países, en nuestras regiones y en el Mundo entero.
Las cooperativas nacen en el seno de las comunidades, son de hecho la expresión viva de la acción solidaria que los integrantes de esa comunidad eligen como herramienta para resolver sus problemas, para satisfacer sus necesidades.
Esto hace que sean empresas naturalmente orientadas al desarrollo local.
Ahora bien, si hablamos de tres millones de cooperativas con mil millones de miembros en todo el mundo, que se desempeñan en prácticamente todos los sectores de la economía, estamos hablando de una economía con raíces en los territorios, pero con una clara capacidad de incidencia en la economía global.
Por eso es tan importante la intercooperación no sólo dentro de cada localidad, donde las cooperativas pueden entrelazarse unas con otras, e incluso con distintos actores de la economía solidaria del territorio, sino también más allá de las fronteras.
En la ACI promovemos fuertemente la intercooperación regional y sectorial, entendiendo que las cooperativas pueden aportar toda su experiencia local a un movimiento que se fortalezca cada vez más en el plano internacional y eso, a su vez, brinde herramientas para profundizar el impacto en cada localidad.
Quiero decir, para profundizar nuestro impacto en las economías locales debemos vernos como parte de un movimiento económico y social que trasciende al propio territorio.
Debemos fortalecer las instancias nacionales, regionales y mundiales de integración, y afirmarnos de cara a nuestros asociados y a otros actores de las economías locales en esa identidad cooperativa que nos hermana mundialmente.
Porque los desafíos son globales, pero las respuestas son locales, empiezan en cada territorio, en cada comunidad.
Y, precisamente, en esta vinculación con otros actores de la comunidad está otra de las claves.
No podemos ser solidarios en solitario.
Decía antes que las cooperativas somos la expresión viva de cada comunidad, pero sin dudas tenemos que tejer vínculos estratégicos con otros actores locales si queremos ayudar a mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de nuestro pueblo, de nuestra ciudad, de nuestras áreas rurales.
Los gobiernos locales, las pequeñas y medianas empresas que tienen otra forma de gestión, los sindicatos, las universidades y otros centros educativos, el mutualismo, en fin, toda la multiplicidad de actores con los que podamos dialogar y trabajar en conjunto por el bien común.
Es decir, la posibilidad de que todas las instituciones que trabajan por el bien común en una localidad puedan constituir cooperativas o mutuales cuyo objetivo sea precisamente el mejoramiento de la calidad de vida de todos los habitantes de esa localidad.
Hay algunos antecedentes al respecto, a través de cooperativas llamadas de membresías múltiples o de múltiples partes interesadas, más conocidas por su nombre en inglés (Multi-Stakeholder Cooperatives). Estamos estudiando casos de éxito en Canadá, en Italia y en Francia, entre otros países.
Pienso que en este momento, y también como decía Darío, para pensar en el mediano y largo plazo, este es un modelo que puede servirnos para fortalecer el tejido social y consolidar nuestra doctrina asociativa en los territorios, ayudando.»