Presentación realizada durante la jornada de intercambio convocada por la ACI y la FAO en Turquía, con apoyo de la UE:
«Como todos ustedes saben, el año pasado se desarrolló la Cumbre Alimentaria 2021, convocada por Naciones Unidas.
Fue un evento muy importante, que comprometió a gran cantidad de actores y organismos, y que debe servirnos para orientar el trabajo de todos aquellos que estamos vinculados al tema alimentario.
Un aspecto muy importante de la Cumbre fue el mensaje de que la Transformación de los sistemas Alimentarios resulta central para el cumplimiento de muchos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
No hay solución a la pobreza y al hambre sin cambios importantes en la forma en que producimos y consumimos los alimentos. Tampoco respecto al ambiente, ni a la salud, ni a la equidad de género, como bien han explicado los disertantes que me antecedieron.
Si no transformamos el Sistema Alimentario, no lograremos alcanzar el desarrollo económico, social y ambientalmente sostenible al que nos hemos comprometido, donde nadie quede atrás, y donde preservemos el planeta para las generaciones futuras.
Este aspecto estratégico y multidimensional del sistema alimentario fue claramente señalado por el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, en ocasión del cierre de la Cumbre Alimentaria.
Allí nos señaló que el hambre está aumentando de nuevo. Tres mil millones de personas, casi la mitad de toda la humanidad, no pueden permitirse una dieta saludable. La malnutrición en todas sus formas, incluida la obesidad, está profundamente arraigada.
Los factores que impulsan la inseguridad alimentaria y la malnutrición, incluidos los conflictos, los fenómenos climáticos extremos y la volatilidad económica, se han visto, además, agravados por la pobreza y la desigualdad.
La pandemia del COVID-19 hizo que estas tendencias preocupantes se intensificaran. 811 millones de personas en el mundo padecieron hambre en 2020, un aumento del 20 % en solo un año. Más de 41 millones están al borde de la inanición.
El Secretario General agregaba, a todo esto, la crisis planetaria que amenaza nuestro clima y la vida tal como la conocemos.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático muestra, en todos sus escenarios, que se alcanzarán temperaturas de 1,5 °C y 2 °C más que las preindustriales durante el siglo XXI, a menos que las emisiones globales de los gases de efecto invernadero se reduzcan a la mitad en la próxima década.
Y en este desafío están fuertemente implicados los sistemas alimentarios, ya que suponen hasta un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero y hasta el 80 % de la pérdida de biodiversidad, y utilizan hasta el 70 % del agua dulce.
Todos estos temas de seguridad alimentaria y de crisis climática se cruzan con nuestras desigualdades sociales.
Gran parte de la pobreza en el mundo es en realidad pobreza rural, y por lo tanto su solución está asociada a cambiar las condiciones de la producción agropecuaria.
Es decir, como ustedes pueden ver, y como claramente expresó el Secretario General de Naciones Unidas, transmitiendo el consenso que se logró a lo largo de todos los encuentros preparativos de la Cumbre, la transformación de los sistemas alimentarios está en el centro de los grandes desafíos que enfrentamos como humanidad.
Por transformación, desde ya, no entendemos una receta homogénea para ser aplicada en todos los territorios, pero sí un conjunto de objetivos que deben lograrse en forma articulada.
Hay que reducir significativamente el impacto ambiental de la producción agroalimentaria, incluyendo los temas relacionados al transporte y la comercialización.
Hay que cambiar la dieta de gran parte de la población, con la adecuación que esto supone de la oferta agropecuaria y su articulación con las cadenas industriales y comerciales.
Hay que mejorar la calidad de vida de los sectores más vulnerables, en particular pequeños productores, y muy particularmente, como aquí se ha señalado, de las agricultoras.
Esto implica desafíos tecnológicos, logísticos y culturales de enormes proporciones, que, como les decía en la apertura, requieren el diálogo y cooperación de múltiples actores.
Conscientes de la importancia de este proceso, en la ACI preparamos, con el liderazgo de la ICAO, organización global de las cooperativas agropecuarias, pero también en diálogo con el resto de las organizaciones sectoriales y regionales, un documento titulado, precisamente, “Recomendaciones de la ACI para la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de la ONU de 2021”.
Los invito a conocer este documento, que creo que puede ser de mucha utilidad en el trabajo conjunto FAO – ACI.
En dicho documento la ACI “insta a los Estados miembros de la ONU y a las organizaciones internacionales a reconocer el papel fundamental que desempeñan las cooperativas en la mejora del funcionamiento de los sistemas alimentarios mundiales;
a incluir a las cooperativas como socio en el esfuerzo mundial para construir un sistema alimentario más sostenible;
y a considerar la posibilidad de colaborar estrechamente con las cooperativas y las organizaciones cooperativas en la aplicación de los resultados de la Cumbre para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”.
A partir de esto, el documento realiza una serie de recomendaciones vinculadas a las cinco vías de acción de la Cumbre, a saber:
- Garantizar el acceso a alimentos seguros y nutritivos para todos.
- Cambiar hacia patrones de consumo saludables y sostenibles.
- Impulsar la producción de alimentos respetuosos con la naturaleza a escala.
- Promover los medios de subsistencia equitativos y la distribución del valor, y
- Desarrollar la resiliencia ante las vulnerabilidades, los choques y las tensiones.
Hay dos aspectos que quisiera rescatar de este documento.
En primer lugar, que para cada una de las cinco vías de acción que les acabo de leer, la ACI propone dos grupos de recomendaciones. Por un lado, recomendaciones a los gobiernos, y, por otro lado, recomendaciones a las cooperativas.
Esto tiene que ver con lo que les comenté en la apertura. No alcanza con que los gobiernos actúen. Es necesario que la sociedad civil, y en particular las cooperativas también hagan los suyo.
El punto, en todo caso, es que los gobiernos busquen sumar la potencia de la sociedad civil organizada en cooperativas a cada una de las acciones que se promuevan.
El segundo aspecto que quiero rescatar, es que el documento de la ACI no se dirige exclusivamente a las cooperativas agropecuarias, sino que incluye la necesidad de participación de todo tipo de cooperativas.
Por ejemplo, al abordar el tema de promover medios de subsistencia equitativos y distribución del valor en las zonas rurales, recomienda que las cooperativas contribuyan a “la revitalización de las comunidades locales conectando a los productores de las zonas rurales con los consumidores de las zonas urbanas a través de la comprensión mutua y los intercambios activos”.
También expresa el documento que “las cooperativas, como agentes activos del cambio, deben trabajar para eliminar las barreras y los obstáculos que impiden a las mujeres tener derecho a la propiedad de la tierra y ser miembros de las cooperativas”, muy en línea con lo que hemos estado discutiendo hoy aquí.
En forma similar, dentro de las acciones dirigidas a desarrollar la resiliencia ante las vulnerabilidades, el documento insta a las cooperativas a contribuir a “crear sistemas alimentarios resistentes, organizando a los productores, consumidores y trabajadores” incluyendo la formación de los recursos humanos que requiere este tipo de organización.
En suma, creo, que este este documento es una valiosa contribución de la ACI, para debatir las distintas acciones que gobiernos y cooperativas pueden trabajar juntos en el marco de las líneas de acción que nos propuso la Cumbre.
Recapitulando lo que he dicho hasta ahora, entiendo que hay tres ideas principales:
- Primero, la Cumbre Alimentaria 2021, sus líneas de acción y sus conclusiones nos deben servir para instalar en los gobiernos y en las organizaciones de la sociedad civil, que la transformación del sistema alimentario resulta clave para cumplir con gran parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
- Segundo, que esta transformación se construye desde los territorios, respetando los ecosistemas de cada uno de ellos, y aprovechando los aprendizajes y culturas de cada comunidad.
- Tercero, que la Transformación del Sistema Alimentario requiere un esfuerzo multiactoral, que incluye a distintas agencias de gobiernos y a organizaciones de las múltiples partes interesadas, incluyendo productores agropecuarios, trabajadores y consumidores.
Si aceptamos esto, es decir, que la Transformación de los Sistemas Alimentarios requiere construcción desde los territorios, y articulación multiactoral, entonces, permítanme señalarles, que las cooperativas tienen el modelo empresarial más adecuado para dar cuenta de las necesidades de los territorios y sus actores.
Estoy absolutamente convencido de que somos el mejor modelo empresarial para garantizar territorialidad y multiactoralidad.
Nuestras cooperativas de agricultores, de consumidores, de trabajadores, están firmemente comprometidas con sus territorios. Se insertan en las cadenas de valor local o global, pero siempre desde el interés y las aspiraciones de los actores que tienen sus raíces en los territorios.
Nuestras empresas no están subordinados a la exclusiva lógica del capital.
Muchas grandes empresas del sistema alimentario se encuentran con restricciones para incorporar la visión de las distintas partes interesadas.
Su lógica exclusivamente orientada a maximizar la rentabilidad las limita para incorporar la visión de todos los actores que deben contribuir a la transformación que el desarrollo sostenible exige.
Por eso hemos dicho en muchas oportunidades, y creo que debe ser nuestro mensaje principal desde el movimiento cooperativo, que nuestro Modelo Empresarial es el que más se adecúa al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El debate sobre cómo transformamos los sistemas alimentarios, también es el debate sobre cuáles son los modelos empresariales más adecuados para esta transformación.
En el 2020, aprovechando los obligados tiempos de encierro de la pandemia, escribí un libro, Principios Cooperativos en Acción, donde procuré discutir como nuestro Modelo Empresarial podía contribuir decisivamente a los grandes Desafíos de la Agenda Global.
Dediqué todo un capítulo a describir cómo las cooperativas pueden contribuir a democratizar el sistema agroalimentario, y cómo esto era la clave para garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria.
Allí expresé mi convicción de que la humanidad estará en condiciones de terminar con el hambre, objetivo alcanzable con los recursos naturales y tecnológicos disponibles, si con más democracia se logra disputar la hegemonía de las empresas globales que hoy controlan la forma en que se producen y distribuyen los alimentos.
Esto se logrará si los consumidores podemos cuestionar las pautas alimentarias que nos imponen las cadenas multinacionales de supermercados asociadas a la industria alimenticia concentrada;
si las comunidades podemos defendernos de las prácticas depredadoras del ambiente propias de los modelos extractivistas;
y si los agricultores y trabajadores que producimos alimentos podemos potenciar nuestras culturas y saberes con los extraordinarios avances de la ciencia, sin someternos a la lógica cortoplacista propia del capital concentrado, degradante de la biodiversidad y sin compromiso territorial.
A partir de su experiencia en la defensa del productor, del consumidor y del trabajador, las cooperativas pueden canalizar parte de toda la energía de la sociedad civil que estos objetivos requieren y promover la democratización del sistema agroalimentario como requisito fundamental para alcanzar la seguridad alimentaria y proteger al ambiente.
Pero lograr todo esto requiere de un enorme esfuerzo, que también es cultural.
Revisar nuestra forma de consumir exige un cambio cultural que debe comenzar por relacionarnos de otra forma con el entorno.
La alimentación es nuestro vínculo más directo con el territorio.
Replantearnos la forma en que nos alimentamos es también replantear nuestra relación con la naturaleza, de la que formamos parte como seres vivos. La brutal disociación entre territorio y consumo que provoca la globalización del sistema alimentario, está en el centro de los problemas.
Para revertir esto, es necesario que toda la comunidad asuma el problema de la relación entre alimentación, producción y ambiente.
Creo que, en este aspecto, desde el movimiento cooperativo tenemos mucho para ofrecer, no sólo desde nuestras cooperativas agropecuarias.
También desde nuestras cooperativas de consumo, de electrificación rural, de financiamiento rural, desde nuestras cooperativas de trabajo asociado de la actividad agroindustrial.
Podemos aportar una dinámica intersectorial, a partir de nuestra amplia y diversificada inserción en toda la cadena de valor.
Creo que esto debe formar parte de nuestra agenda común, entre la ACI y la FAO, junto con nuestra organización sectorial, la ICAO, pero también con el resto de los modelos cooperativos insertos en cada territorio.
Para la ACI este es un tema estratégico. Así lo planteamos en nuestro reciente Congreso Mundial Cooperativo, que realizamos en Seúl, en diciembre del año pasado.
Allí afirmé, en el discurso de cierre, y como parte de las conclusiones del Congreso, que es necesario que las cooperativas acompañemos, en cumplimiento de nuestro séptimo principio, de “Compromiso con la Comunidad” este enfoque sistémico que nos está proponiendo la ONU a partir de la Cumbre de la Alimentación.
Nuestras cooperativas de consumo, las cooperativas agropecuarias, las cooperativas de ahorro y crédito que financian la actividad rural, y las cooperativas de servicios eléctricos rurales. Todas, en cumplimiento del Séptimo Principio, deben sentirse parte de la Transformación del Sistema Agroalimentario.
A la comunidad y a los gobiernos debemos decirles, con mucha claridad, que no hay transformación posible sin la participación activa de consumidores, de productores y de trabajadores.
Y eso es lo que garantiza nuestro modelo empresario: poner el destino de la producción y el consumo en manos de los hombres y mujeres que producen y que consumen.
Si compartimos esta visión, y creo que lo hacemos, entonces podremos avanzar con algunos ejes que creo que deben estar presentes en nuestra tarea conjunta.
Un aspecto fundamental es estudiar, identificar y documentar experiencias concretas existentes y buenas prácticas de las cooperativas en el desarrollo agrícola sostenible y la seguridad alimentaria y nutricional.
Estudiar y documentar las experiencias existentes en el apoyo a la inclusión de pequeños agricultores familiares (incluidos mujeres y jóvenes) garantizando su acceso a mercados, servicios y recursos para su inclusión en sistemas alimentarios sostenibles.
Estudiar y documentar también nuestra experiencia en el diálogo con los gobiernos, apoyando al diseño, formulación e implementación de políticas públicas para la seguridad alimentaria y el desarrollo agrícola sostenible.
Esto debe ser un camino de ida y vuelta. Las cooperativas pueden ser una llave fundamental para dinamizar la participación activa de los distintos actores en la transformación del sistema alimentario de cada territorio, pero para esto requiere del acompañamiento de los gobiernos, y de los organismos como la FAO.
Tenemos el modelo empresario adecuado para democratizar el sistema alimentario. Para ponerlo al servicio de productores y consumidores y alinearlo con el Desarrollo Sostenible.
Pero para que esto sea posible, necesitamos garantizar el acceso al financiamiento.
Los esfuerzos financieros de los gobiernos y de la cooperación internacional necesariamente deben orientarse hacia los Modelos empresarios que por su gobernanza facilitan el Desarrollo Sostenible.
En este punto debemos ser sinceros. Las cooperativas estás orientadas a servir a las necesidades de sus asociados, ya sean estos productores, consumidores o trabajadores. El capital es sólo un instrumento, no están orientadas a maximizar la retribución de ese capital.
Esto las deja en inferioridad de condiciones frente a empresas cuyo exclusivo norte es la rentabilidad.
Es hora, de que todos tengamos en claro que, si queremos una economía que incorpore los temas sociales y ambientales, y los intereses de los distintos actores de la comunidad, entonces los gobiernos y los organismos de cooperación internacional deben poner especial énfasis en que los proyectos que están financiando tengan una gobernanza convergente con el Desarrollo Sostenible.
Es necesario que la FAO y sus estados miembros nos ayuden en este sentido.
No cualquier Modelo Empresarial es compatible con cualquier Modelo de Desarrollo. Si queremos Desarrollo Sostenible, debemos optar por los modelos empresariales que tengan una gobernanza compatible con el Desarrollo Sostenible.
Las cooperativas necesitan también el acompañamiento para garantizar el acceso de sus productores asociados al financiamiento y a la transferencia de tecnología que resulta indispensable en estos procesos.
Esta transferencia de tecnología incluye desde la incorporación de todas las herramientas de la transformación digital, hasta las innovaciones propias de la biotecnología.
Es necesario forjar una sólida alianza entre los sistemas nacionales de innovación tecnológica y las empresas comprometidas con una gobernanza democrática y abierta, que de esta manera garantizan una difusión de los beneficios de la ciencia y la tecnología a toda la comunidad.
Pero para lograr esto el movimiento cooperativo tiene que trabajar sobre dos aspectos, que quiero subrayar aprovechando la presencia en este encuentro de cooperativistas de este país y de la región.
En primer lugar, debemos fortalecer la integración internacional del cooperativismo agropecuario.
Es muy importante que sumemos nuestros esfuerzos en la ICAO, y es muy importante que construyamos redes de integración cooperativa en los distintos territorios donde estamos presentes.
En segundo lugar, es necesario que esta agenda sea trabajada junto con el cooperativismo de consumo, que puede dar cuenta del interés de los consumidores por acceder a una producción sana, ambientalmente sostenible, y socialmente inclusiva.
La transformación del sistema agroalimentario debe ser un eje articulador de los diferentes modelos cooperativos en el territorio, y desde allí debemos exigir políticas públicas y esfuerzos de cooperación internacional que lo hagan posible.
Nuestro principal mensaje debe ser, como siempre, que no vamos a transformar el sistema agroalimentario, si antes no lo democratizamos.
Si no ponemos en manos de los productores, de los consumidores y de la comunidad, a través del modelo cooperativo, las decisiones sobre el futuro de la producción y del consumo de alimentos.
En el mundo tenemos importantísimas experiencias del cooperativismo agropecuario y de consumo para mostrar como ejemplo.
En el continente asiático, donde recientemente realizamos nuestro Congreso Mundial, existen cooperativas agropecuarias de gran magnitud, como NH-Nonghyup, en la propia Corea o Zen-Noh en Japón.
Indian Farmers Fertiliser Cooperative, de la India, es una central que agrupa a 36.000 cooperativas y cinco millones de productores. Y están interesados en compartir sus productos con el mundo.
En Europa la participación de las cooperativas en el mercado agropecuario es del orden del 40%. En sectores como el lácteo esa participación se eleva al 60%, y supera el 90% en países como Holanda, Bélgica, Irlanda, Austria, Dinamarca y Finlandia.
En Estados Unidos 2100 cooperativas integran a más de dos millones de productores. En Latinoamérica también tenemos importantes experiencias en todas las actividades.
Turquía tiene el gran ejemplo de las cooperativas de crédito agrícola, que han sido una herramienta muy importante para el desarrollo rural, y que pueden ser un valioso instrumento para la transformación de los sistemas alimentarios, en diálogo con el resto de las cooperativas de comercialización que existen en este país.
El cooperativismo de consumo, el otro gran actor que puede colaborar con el proceso de transformación del sistema agroalimentario, también cuenta con grandes y consolidadas experiencias en todo el mundo.
L`Associazione Nazionale Cooperative de Consumatori en Italia, Kooperativa Förbunder en Suecia, The Cooperative Group UK (Gran Bretaña), Consum Coop (España), Coop Retail Chain (Bulgaria), SOK en Finlandia, National Cooperative Grocers Asociation en EEUU, Calegary Cooperative en Canadá, Cooperativa Obrera en Argentina, Nacional Cooperative Consumers Federation en la India, All-China Federation, Miyagi Consumer en Japón.
Estas son algunas de las principales cooperativas de consumo, emergentes de una gran diversidad de experiencias de la Economía Social y Solidaria en todo el mundo, que han surgido por organización y movilización de consumidores preocupados por su salud, por su economía y por el origen de los alimentos que consumen.
Hay preocupación en la comunidad sobre lo que consume, y esa preocupación debe ser combustible para la transformación del sistema agroalimentario.
No se trata solo del hambre. Estamos mal alimentados muchas veces por estar desguarnecidos frente al interés económico del negocio alimentario concentrado.
Creo que debemos tener una mirada crítica, desde la producción y el consumo, sobre los alimentos que llegan a nuestras mesas.
Desde la producción debemos preguntarnos si nuestros esfuerzos están destinados a satisfacer las nuevas demandas de un consumidor exigente, o si simplemente acompañamos cadenas de valor que buscan someterlo a pautas de consumo donde se prioriza la adicción a productos estandarizados, por sobre la nutrición.
Creo que la enorme experiencia del cooperativismo agropecuario mundial, con actores en todos los países, con empresas líderes en todos los territorios, junto con el cooperativismo de consumo, en alianza con los Estados, y de cara a la comunidad, puede realizar un enorme aporte para la transformación del sistema agroalimentario.
Confío en que este encuentro ayude en este sentido. Los cooperativistas tenemos mucha experiencia y mucha vocación para transformar en favor de nuestras comunidades. Confiamos en la fortaleza de nuestro modelo empresarial porque confiamos en nuestros valores y nuestros principios.
Ojalá no perdamos esta oportunidad. La humanidad ha hecho un duro aprendizaje durante la pandemia. Ha visto y aprendido con dolor la importancia de dar respuestas globales a partir de cuidarnos y cuidar nuestros territorios.
Estoy seguro que este proceso, donde las cooperativas hemos hecho muy bien nuestros deberes, nos ha puesto en inmejorables condiciones para hacer una gran contribución a uno de los mayores desafíos que enfrentamos como humanidad: la transformación del sistema alimentario para cuidar nuestra salud y la salud de nuestro planeta.»
Imagen: Gentileza FAO